Este año tuve la oportunidad de empezar de nuevo en una ciudad nueva, en una ciudad que me fue negada en un principio. El hubiera existió. En la universidad recordé conceptos que me ayudaron a explicar la narrativa de mi vida. Algo del viaje del héroe de Joseph Campbell, así como The Hero Within de Carol S. Pearson, pudieron ayudarme a construir historias e identificarme con alguno de los seis arquetipos que existen. Yo me sentía como una aventurera, que estaba persiguiendo un deseo de maduración, que cuanto más viajase o me metiese en lugares que no conocía y con gente desconocida, más rica en experiencias sería y todo marcharía bien para mí.
No fue así. Aunque conocí la realidad de las calles de primera mano, siempre hubo en mí esa sensación de seguridad proveniente de la ignorancia que se terminó transfigurando en un miedo. Miedo a que el anonimato me redujera a la nada y a que la soledad que tanto clamé en los principios de mi vivencia fueran la clave de mi aburrimiento.
La aventurera debe trabajar en su físico, alimentarse bien todos los días, escribir lo que ve y reflejar su proceso. Ella está caminando en rocas, arena, barro, agua y sol, por encima o debajo de ella, hay un futuro enorme que aguarda por ese desarrollo, uno imaginativo y victorioso, que le permitirán explorar los matices que viven dentro de su corazón.
A veces me hacía a la idea de que el acceder a los deseos de los demás estaba bien, porque nunca me sentía segura de lo que quería. Por ello dejé pasar cosas que vistas en retrospectiva fueron conductas abusivas y manipuladoras por parte de otros. Lo peor de todo es que siempre tendí a creer que eran mi responsabilidad las actitudes que esas personas tomaban para conmigo y que estaba bien, siempre que yo pudiera existir o hubiera una disculpa en el futuro. Disculpas que son aceptadas siempre, porque mi enojo o disgusto es difícil de sostener y no quiero encerrar rabia en mi pecho mucho tiempo.
Siempre he pensado que soy alguien de comportamiento torpe, que podría volver las cosas que toco peores de lo que son, que las cosas buenas y delicadas están muy lejos de mi alcance porque soy torpe. Torpe y de manos gruesas y torpes. Dije que siempre lo he considerado, pero ¿desde cuándo? ¿Cuáles son las creencias aprendidas que he tomado como mías? ¿En qué momento pensaré que mis manos son delicadas? ¿Cuándo dejaré de sentir que mi existencia es tormentosa en los espacios que habito?
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