Debería hacer otras cosas

pexels-cottonbro-studio-7114115-scaled-thegem-blog-default

Sé que era ya muy tarde para mí. Estaba a tan solo diez días de cumplir 90 años y a esta edad ya no se espera nada de la vida más que lo inevitable. No había vivido mal, pero mentiría si dijera que fui feliz… 

Desde muy chica fui obediente, hice lo que se me pedía, no di mayores problemas en la escuela. Siempre hice lo que debía hacer, por supuesto que muchas veces quise hacer algo diferente, pero tenía que cumplir con lo que me tocaba. Recuerdo aquella vez en preparatoria, cuando todo el salón se puso de acuerdo para volarse la última clase. Era viernes, clase de matemáticas. Quise irme, juro que quise irme, pero sabía que no debía y mis pies se anclaron al suelo, por miedo, por costumbre, ¡qué se yo! Ese día no gané puntos en clase, pero sí perdí a los pocos amigos que tenía y lo más importante, perdí mi libertad. Así fue mi vida desde entonces.

Estudié una carrera en idiomas. Odiaba eso. Siempre quise ser científica pero mis papás creían que eso no tenía futuro en este país. Tal vez estaban equivocados, pero nunca lo supe. 

Poco después me casé, mi abuela insistió que debía casarme antes de los treinta. La verdad no estaba lista, pero tenía ya veintitantos y como siempre, no quise contradecir a nadie. Mi esposo era una buena persona, pero no le gustaba salir mucho. Yo quería viajar, conocer el mundo, por supuesto nunca lo hice, mucho menos después de enviudar y quedarme sola con un hijo pequeño. Dediqué mi vida a trabajar para él, a cuidarlo y a decirle que hiciera lo que realmente quisiera hacer. Casi ya no lo veo, vive con su familia en algún país europeo del que siempre olvido el nombre. A veces me llama y sé que es muy feliz, con eso me basta. 

Me preparé para dormir, pensando que hubiera querido mucho más de la vida que solo cumplir un papel que otros escogieron para mí…

Sonó el despertador, me levanté asustada y corrí al espejo… Era un sueño, era un sueño, me dije a mí misma mientras veía mi reflejo. Tengo treinta años todavía, pensé. 

Miré a mi perro, que había visto extrañado mi reacción y me reí. Él era la única compañía que necesitaba por ahora. No pude detenerme a reír mucho tiempo porque era tarde para mi clase. Recordé las palabras de mi papá: ¿hasta cuándo vas a dejar de estudiar y buscarás un trabajo de verdad?, por alguna razón hoy todo me daba risa. 

Me acosté en mi cama. Por primera vez dormí sin cuestionarme cada decisión que había tomado. Sí, lo admito, fue mi idea salirnos de esa absurda clase de matemáticas…

3
X