Hiraeth

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Es el 2070 y todavía sigo viva.
No sé bien qué edad tengo actualmente, y no me interesa.
Me cuesta moverme, las memorias me pesan, también los años.
La mayoría de los que amé y me amaron ya están muertos.
Y yo aquí.
Atrapada entre mi obsolescencia y la falsa modernidad a la que me ha tocado adaptarme.

Recuerdo haber nacido en 1993, una época grande, llena de cambios y promesas tecnológicas y sociales.
Ninguna de ellas ciertas.

Desde pequeña sentí cierto rechazo, primero hacia mí y luego a la inversa.

Allá por el 2006, murieron mi padre, mi hermano, mi madre y otros a los que quise.
Hoy, en el 2070, siguen vivos como memorias traumáticas insuperables que Freud y Jung jamás pudieron ayudarme a sanar.

Ahora diré con toda seguridad que nunca entendimos a Darwin y su teoría de la evolución. Yo nací siendo algo que no era y me desaprendí. Yo lo llamé adaptación natural, ellos distorsiones cognitivas. 

Años pasaron y sigo siendo la misma, con más edad claro, pero idéntica a la de 18 años, esa que tomó las riendas de todo y cambió el rumbo, mas no el destino.

De mis amantes ninguno queda.


A alguno le sobreviven hijos; otros, gracias a Dios, no tuvieron descendencia.
Un par de ellos, los que dejaron huella en mí, sobreviven ahora a través de la nota roja, como el que se murió de una sobredosis allá por el 2040 o el primer hombre al que amé, pobre diablo. O el que se arrojó a los carros porque nunca logró ser bailarín. Ee ése, ni acordarse.

En mi mente, algo sensible por no decir senil, aquel año nuevo del 2029, vuelve ese fugaz instante donde por fin volví a ser feliz, como cuando mi madre vivía. Encontré a un compañero de vida, ese que siempre idealicé, ese al que la vida misma lo mato 2 años después.

Lo sigo añorando.

Escribo esto desde el presente, pero viviendo en el pasado, recordando las noches llenas de vicio y risas en las que fui feliz.  Extraño a mis amigos, todos ellos, al igual que yo, marginados.


Ahora estoy sentada y sola contemplado mi historia, con los ojos hechos agua, pero recordado lo que decía mi madre: no llores frente a la gente, no le des armas.

Eso que me dijo era verdad.

Antes de partir diré que no hicieron falta abrazos, ni besos.
Que lo tuve todo y lo perdí todo.
Volví a empezar incontables ocasiones.
Que me tocaron manos para darme pasión y que hoy solo lo hacen para darme RPC.

Ahora, desde lo alto, veo la ciudad entera con una sonrisa. Sus habitantes son felices o tratan de serlo. Al igual que yo, mienten creyendo que todo lo que tienen ellos lo inventaron, pero no saben que ellos son un invento de esta retorcida imaginación.

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