Incienso

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¿Sabes cuánto pesa una varita de incienso?

¿Sabes cuántas varitas de incienso equivalen al peso de un alma humana? 

Después de pasar tanto tiempo pensando en el pasado, me pareció más acertado medir el tiempo en varitas de incienso; la resina que arde y se consume ante mis ojos me resulta más confiable que los relojes o los astros. Este de aquí está a punto de terminarse. 

El humo de mis sueños a veces se vuelve tan denso que no me permite ver; tiene un olor penetrante, como a fuego lento, a pasado inmediato y a hierbas secas dentro de un saquito de té. 

El incienso se ha vuelto un buen remedio para resanarme los pulmones ahuecados, mordisqueados por la ansiedad y el mal de amores. Mi cuerpo ha comenzado a acostumbrarse a este nuevo aroma, aire impregnado de anís, canelita y copal. Una nueva manera de sentir las cosas.

 ¿Qué hacer cuando no se puede hacer nada? 

Prender una vela… y abrir una libreta, verterme en ella y, en lo que la llama me consume, dejarme llevar. 

12.35 varitas de incienso son aproximadamente el equivalente a los 21 gramos que pierde el cuerpo humano al morir.

Eso es una varita por cada mes:

Enero a Mar de Cortés.

Febrero a alivio de eucalipto y miel.

Marzo a aire fresco de la ventana de mi sala.

Abril a incertidumbre. 

Mayo a flor de lavanda artificial. 

Junio a la arena de un reloj que va deprisa.

Julio a pan de plátano. 

Esta es mi octava varita de incienso en el año y me sorprendo porque, a diferencia de otros meses, la enciendo porque la vida misma parece motivo suficiente para celebrar y bailar al ritmo de la pequeña humarada. Por fin es agosto con aroma a plástico para forrar cuadernos, a sudor salado y piel quemada por el sol intenso, a raspados de tamarindo y a pastel de cumpleaños. 

Por fin es agosto y me preparo para el conteo: veinticinco agostos, veinticinco varitas de incienso, veinticinco veranos húmedos y pegajosos, veinticinco agostos recordando lo que el resto del año suelo olvidar. 

Es agosto y sigo bailando alrededor del humo que hace algunos meses me ayudó a disipar el dolor. Bailo porque escribo de nuevo.

La resina que cubre mi piel y mis huesos se consume poco a poco y esta vez me prometo guardar los 21 gramos sobrantes en un sobre de papel, un botiquín de primeros auxilios casero, un remedio para el alma y la falta de tiempo.

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