¿Acaso debería prestar atención al seminario o debería sentir este desconcierto y esta molestia porque el docente inició la clase con “Buenos días, jóvenes”? Hay cinco mujeres en este grupo, somos más de la mitad, cuando él utiliza el genérico masculino, no estamos siendo aludidas. A partir de este escenario, me interesa expresar la importancia de no hacer lo que debería estar haciendo: no debería ignorarlo y debería intervenir. Con esto, no es que no cumpla con mi rol como una estudiante, sino que, al hacerlo, pretendo ser aquella que exhibe las prácticas sexistas en la universidad.
Desde hace varias décadas, los movimientos y los estudios de género y feminismos han enfatizado que el lenguaje tiene manifestaciones androcéntricas y sexistas. El hombre, lo masculino, lo heterosexual y lo binario se establecen como modelo universal y referente de la representación humana ratificando y avalando, en lo simbólico y lo material, las relaciones asimétricas de poder. Esto ha provocado que las realidades, cuerpos, experiencias e historias de mujeres cis y trans, personas no binarias y otras sean infravaloradas, violentadas, excluidas y subordinadas.
En concreto, el lenguaje incluyente y no sexista se propone erradicar el androcentrismo y el sexismo en el lenguaje por medio de la intervención de la lengua. Las personas que disputamos las formas de producir una interpretación de la realidad y una producción de subjetividades e identidades desde una mirada más plural e igualitaria sabemos que esto no se trata únicamente de intervenir el nivel léxico y morfosintáctico, es decir, agregar la letra a, e o x, sino que se trata de interferir a nivel de las prácticas discursivas interpelando tanto a quien lee o escucha como a quien escribe o habla.
Lo anterior ocurre porque en ambas partes se reflexiona sobre la reivindicación o, por el contrario, revictimización que fijamos los grupos históricamente oprimidos; y la agencia que atribuimos, en términos de autonomía, a esos grupos y personas en la construcción social de la realidad. Por tal razón, el uso del lenguaje incluyente y no sexista, como acto rebelde y desobediente, es una práctica intelectual rigurosa y una herramienta política transformadora.
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