Las agrietadas aceras

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Ayer tuve que caminar por Tercer Anillo.

        La verdad, no es un camino afable ni agradable a la vista. De hecho, toda persona que ame su auto evitará transitar por esa destartalada avenida.

        Es un camino lleno de baches mal puestos. Cráteres lunares esparcidos por el caliente asfalto. Horrendos camellones donde se refugian los acalorados transeúntes para evitar los enormes camiones de carga.

        Las aceras no están tampoco en las mejores condiciones. A lo largo de ellas se distribuyen pequeñas casas y todo tipo de negocios. Desde pequeñas tiendas de productos plásticos hasta gimnasios.

        Aun así, aunque no hubiera nada de romántico por aquellos rumbos, algo nació en mí. Fue la espontaneidad de un recuerdo que debió haber quedado enterrado para siempre.

        Aunque distorsionados, los recuerdos de personas importantes permanecerán hasta el último de nuestros días. Y las cosas a las que asociamos esos recuerdos son tan absurdas que terminan siendo románticas.

       Para algunos será el olor a elote, para otros el sonido de un claxon a la distancia. Para mí…

        El bullicio y el desorden humano en la estrecha acera por donde caminábamos los dos mientras ella hablaba de un modo infinito y conmovedor.

       Hace casi diez años pasé por estas calles al lado de ella.

        Eso fue lo que pensaba mientras mis pies avanzaban sobre la ardiente y resquebrajada acera del Tercer Anillo.

        Aunque pasaba al lado de sucios talleres mecánicos, prevalecía en mí la imagen del pequeño cuerpo de ella caminando a mi lado. Fue tan raro porque, a pesar de que casi podía verlo, no me podía creer que eso había pasado.

        Más extraño aún…

        El ambiente, el cielo, el sonido de los carros, el aire… Todo era exactamente igual que hace diez años.

        ¿Cómo era posible? Ni yo podía entenderlo.

        Siempre será un misterio para mí el hecho de que esas horrendas aceras del Tercer Anillo me recuerden algo tan bello y tan bien construido como ella.

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