Los dos chicos vagaban en aquella colina, cansados pero felices, luego de una larga caminata por la periferia de la población. El mayor de los dos había sugerido escalar el desnivel para contemplar la totalidad del paisaje urbano desde el campo. Su compañero no se negó en ningún momento, e incluso incentivó su idea pese a tratarse de una cima bastante alta.
Continuaron su camino, observando la vegetación en aquel ambiente anecdótico. Conversaban sobre temas banales, al tiempo que disfrutaban de su compañía. El aire fresco del campo y su serenidad no tenían punto de comparación con el caos sísmico de la sociedad citadina sin tiempo de nada. Ahí parecía que las horas simplemente se detenían, dándoles una pequeña ventana de eternidad sólo para ellos.
El primero llegó a la cima y contempló la magnificencia de la ciudad que se alzaba a sus pies. Se sintió grande y pequeño, al mismo tiempo. Creyéndose el rey de todo, alzó sus brazos mientras el cielo rojizo del atardecer pasaba golpeando su cabello castaño. Sonrió complacido por su cometido, llamó a su amigo para disfrutar la misma experiencia tan cautivadora.
El segundo lo seguía por detrás, la pendiente era muy empinada en ese punto, por lo que dicha tarea se le dificultaba. Cuando finalmente llegó se detuvo, tomó unas cuantas bocanadas de aire y observó en el rostro de su acompañante la imagen más grandiosa que sus ojos pudieran captar… la ciudad entera con una sonrisa.
0
