Bello sueño

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Tenía miedo de cerrar los ojos de nuevo, pero también estaba ansiosa, pues no podía esperar a la noche para sentirme viva de nuevo. Para que acudieran a mí.

Sin embargo, eso no sucedió. Noche tras noche, miraba la luna con una esperanza que se iba apagando y cada vez que cerraba los ojos la ilusión se convertía en un recuerdo difuso. Pasaba el tiempo y ya no sentía esa energía fluir a través de mí, esa magia que me envolvía y me hacía sentir plena.

Tal vez había perdido algo, aunque no sabía qué, estaba segura de que había un vacío en mí. Parecía que vagaría por el mundo sin un rumbo claro; flotando en la nada mientras la oscuridad acechaba o, incluso, me consumía. Me convertía en un fantasma, una sombra de quien antes fui, con sueños, sonrisas y pasión.

Entonces lo vi.

La luna brillaba con todo su esplendor y ahí estaba ese extraño ser que me guiaba a un mundo diferente y me mostraba maravillas invisibles a los demás. Uno a uno los reconocí conforme se acercaban y me enseñaban de nuevo a vivir con la magia y la ilusión que tanto añoraba.

De repente, como un relámpago que inicia una tormenta, tuve la sensación de estar atrapada; de algún modo este mundo se tornaba siniestro y no me dejaría salir tan fácil. Necesitaba ayuda, pero quienes me habían acompañado ya no estaban ahí, una vez más me enfrentaba a la soledad.

El mundo que creía un santuario se desmoronaba para dar la bienvenida a espectros que destruían todo a su paso y yo no podía hacer nada para evitarlo. Era como ver un espejo hacerse añicos y teñirse de escarlata con mi sangre y, aun así, ninguna herida me producía más dolor que mi corazón roto.

Cierro los ojos y grito.

Como un relámpago que se estrella contra mí, la realidad me golpea cuando abro los ojos, robándome el aliento.

«Todo está bien», susurra una voz.

En realidad, no, no creo que sea así; aunque nadie lo entendería, ¿cómo podrían? Ha vuelto a suceder y no lo pude evitar: ese bello sueño se esfumó.

Trato de buscar la luna, un suave consuelo en medio de esa oscuridad; sin embargo, no está. No puedo llamarla ni obligarla a devolverme a ese mundo que era tan real para mí como el dolor que va creciendo en mi pecho. Entonces me rindo y dejo correr las lágrimas.

«Estás a salvo», insiste.

Pero la verdad es otra: estoy perdida, lo he perdido todo, les he perdido.

El tiempo correrá, la luna volverá a brillar y yo seguiré aquí; ya no volveré a ese mundo y nadie acudirá a mí.

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