Como al principio

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La única luz está al otro lado de la calle, el resto lo invade la oscuridad. Mamá e hija no dicen nada, se ha instalado entre ellas el silencio que siempre las separa. Ya llegará el día de contarse todo. Pero no hoy, no ahora.

Esperan como siempre el camión de las seis y media de la mañana. Lucía estudia el bachillerato.

Su madre es la que rompe el silencio.

—Ya se tardó, ¿no?

Lucia tiene la respuesta preparada, pues preguntas ingenuas como ésta siempre se hacen cuando se ha creado cierta distancia entre dos personas. 

—Sí, ya se tardó.

Lucía espera que su madre no diga nada más. Prefiere que todo sea como al principio, pero su madre insiste.

—Mira, ese señor —dice su madre—. Quién sabe de dónde viene. A mí se me hace que ya es tarde, porque ya hay gente en la calle.

— ¿Cuál señor?

—Ese, el que va cruzando la calle.

—Yo no veo a ningún señor.

— ¿Cómo no? Ahí va.

—No mamá, no va nadie.

—Te digo que sí —dice su madre con nerviosismo—. ¡Míralo! Ya casi llega al poste. Trae una chamarra negra. ¡No me digas que no lo ves! No chingues… ¡ya me volví loca!

—Te digo que no lo veo. ¿Dónde mero está?— pregunta Lucía con la voz entrecortada.

—Ya no está. Se fue.

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