Crónica de una tarde con ella

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Al alejarnos por Durango, la diosa madre nos vigilaba desde su carruaje leonino. Perdimos su mirada al doblar en Valladolid y, mientras saltábamos las grietas de la acera, una vieja canción llegaba de lleno desde un restaurante vacío. Cause even when i dream of you. Nos detuvimos. The sweetest dream would never do. Le sonreí. I’d still miss you, babe. Ella a mí. And i don’t wanna miss a thing.

Continuamos hasta Oaxaca con dirección a Nuevo León con dirección al Parque España, donde encontramos perros que corrían con orejas agitadas y lenguas libres. Otros pocos los envidiaban desde sus correas. Salimos, después, a Veracruz, zigzagueando entre las mesas atiborradas de la fonda Doña Blanca cubierta de pilares de oro y plata y en la esquina con Atlixco, un bolardo abatido se robó nuestra (mi) atención y nosotros (yo) intentamos robarlo a él. Fallamos (-llé).  

Luego, Agustín Melgar y un beso en la esquina con Zamora. Y cuando Zamora se transforma en Puebla, nos olvidamos de todo a nuestro alrededor y por un momento solo existíamos ella, yo y la felina que se acercó ronroneando a acicalarse contra mi espinilla. La gata nos hechizó, nos mantuvo a su merced por el momento en el que solo existíamos los tres, que se extendía con cada maullido y con la vibración incesante que resonaba desde su cabeza a su almohada/mi pie. Planeamos (ambos) otro robo. Fallamos (fallamos): Miguela ya tenía familia.

Seguimos al sur por Cozumel. Una vuelta equivocada en Sinaloa y de vuelta a Cozumel hasta estar de vuelta nuevamente en Durango, infinito incompleto y, sin voltear hacia Cibeles que aún nos buscaba dando vueltas, atrapada entre pilares de Neptuno que hacían voltear a sus leones, nos dirigimos de vuelta a la vuelta del Parque España, donde otro bolardo volteado nos recibió de nuevo. 

En Ámsterdam, internacionales por primera vez. Build a Boba, un té de burbujas insípido antes de Insurgentes parteaguas, mar de la Roma, para regresar a territorio nacional: de San Luis Potosí hasta Orizaba, sin escalas, atravesando un Oasis de nombre Luis Cabrera, reencontrándonos con Poseidón, que salpicó suavemente nuestras caras con un rocío fontanal y un arcoíris sobre nuestras sienes.

De vuelta en Orizaba cruzamos a Colima, túnel de tiempo con fachada de bazar que nos transportó en un parpadeo hacia el futuro, mas todo seguía igual. Uróboros marcado. Ella, yo, y la diosa madre que vigilaba, con una sonrisa, nuestro regreso sobre Durango.

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