Fortache

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¿Dónde estoy? Esto nunca lo había visto antes, me resulta tan familiar, me siento en paz, ¿se le puede llamar casa a este lugar? Esta colina verde donde un viento tranquilo sopla me dice que sí. Qué curioso que aquí no me siento con prisa. La tierra está un poco húmeda y el pasto se ve tan fresco que me animo a darle un bocado. Creo que me podría acostumbrar a vivir aquí, espero merecerlo algún día.

          Siento que me pican de nuevo. Vuelvo a este círculo de muerte y tortura donde todos aplauden, gritan y chiflan sin razón. Me duele el costado, no necesito voltear para saber que estoy sangrando; la herida me pulsa, mientras todos gritan: «¡Bravo, El Valiente!». Y uno que otro que me animaba a enterrarle el cuerno: «Tú puedes, Fortache». Yo solo quiero regresar a la colina.  

          Recordé que fui a la colina al tratar de embestir al Valiente, terminé dándole a esa tela que llevaba en su brazo y me encontré en ese lugar. Me preparé, supe que mi objetivo ya no era él sino esa tela que me llevaba a una vida lejos de aquí. Barrí el suelo con mi pata frontal, flexioné mis rodillas y fui hacia el telón lo más rápido que pude. No recuerdo mucho, tenía los ojos cerrados, creo que lo logré. Al abrir los ojos me encontré con mi familia, una manada, vacas y toros conviviendo pacíficamente. Estábamos en un rancho. A lo lejos el dueño nos cuidaba, nos criaba. Desde pequeño el dueño tenía la fantasía de criar vacas solo por gusto. Aquí mi familia está alegre. De cierta manera somos libres; en las noches el dueño nos habla para meternos al rancho y así estar protegidos de algún lobo. Esa noche un zorro se escabulló por el rancho y me alcanzó a morder el muslo, y así regrese al círculo.

          Escucho risas. Les causa gracia que el Valiente me haya picado la “nalga”. Mi pierna trasera ya no me responde, intento moverme, pero termino cayéndome. Antes de que me vuelva a picar, logro salir cojeando. “Una última vez”, pienso, si logro pasar por esa tela podré ir a otro lugar. Cojeando, regreso a darle frente al Valiente. Voy directo a la tela, cierro los ojos.  Al abrirlos me encuentro en un lago poco profundo, el agua me llega hasta las rodillas, ni calor ni frío. Cansado me acuesto sobre el lago, mi pierna herida termina por desprenderse, pero poco importa ya. Cierro los ojos, mi respiración se va tranquilizando al igual que mi corazón, espero quedarme aquí para siempre, sin hambre, sin dolor, sin ningún nombre.

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