La máquina del tiempo

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Sentada en el baño de la universidad, concluyo que este lugar parece haberse quedado en el tiempo. Lo sé porque desde que tengo veinte voy muy adelante o muy atrás. Podría compararlo con un carro que por momentos acelera y luego, por miedo al vértigo, va en      reversa. Diría que en este momento, mientras estoy sentada con los pantalones abajo, es      cuando paro, miro por el retrovisor y me fijo a dónde he ido a parar.

            Recuerdo cuando la gente empezó a usar WhatsApp. Fue una tarde mientras tenía las manos metidas en un bowl lleno de azúcar pulverizada. Una compañera de trabajo llegó con un BlackBerry y me dijo: ¡Ahora se puede llamar y mensajear gratis! Lo recuerdo porque recordar es mucho más que pasar imágenes por la mente; recordar es volver a sentir y conmoverse. Yo puedo sentir mi boca seca por la calor que se encerraba en la cocina de aquella cafetería, puedo sentir el azúcar pegado a mis labios y los vellos de mis brazos cubiertos con una ligera capa blanca, como los campos en la noche cuando son tocados por la luz de la luna.

            Salgo del baño. La universidad es la misma y a su vez todo ha cambiado para siempre. En medio de la inmovilidad del espacio y la irrefutabilidad del tiempo estoy yo, que no soy más aquí. No queda más que respirar y aceptarlo. Aceptarlo porque yo no quise que fuera así, vino una pandemia, un amor, los días interminables de trabajo… no hay algo que pueda hacer al respecto. Ahora estar aquí es toparme con los espectros de mí misma en cada esquina de este lugar. Es mirarme en el espejo del baño y contemplar mi inocencia de ese entonces y saber que sigo siendo inocente ahora. ¿Qué pensaré en el futuro de la que soy ahora? ¿Seré la que anda buscándose en el pasado, la ensimismada o muy cobarde para dejar de verse el pupo y empezar a vivir? Hablo de inocencia porque solo así podría definir aquellos momentos de la vida donde una no piensa si lo que hace está bien o mal. Un día esa inocencia se acaba y entonces viene la muerte. Miras atrás y quieres volver a cuando cada momento era una epifanía. Momentos así los debo atravesar sola, quizás sentada en el baño. La razón es que vas conociendo cómo se siente irse muriendo, ir dejándose a sí misma y construyéndose con lo que queda y va llegando. 

            Despido a la del espejo, salgo a la plaza, me siento a tomar un café y a sentir el viento, a mirar pasar las personas, a crear nuevas nostalgias. ¿Seré inocente ahora?

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