Para podar tu árbol familiar

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“Aquí no se habla de política, religión o fútbol”, amenaza la figura materna cuando hay un invitado nuevo en la cena navideña: sabe que hay temas que no deben tocarse en la mesa. A esa lista también podríamos agregar la forma de crianza ajena (sin tomarnos tan a pecho dónde le da el pecho una madre a su hijo), los terrenos de la abuela y el lenguaje inclusivo. Una familia se compone de individuos de varias generaciones con personalidades diversas, por lo que cualquier plática puede tornarse en discusión debido a ese abanico de posibilidades de pensamiento, unos más abiertos que otros. 

           Hay temas que tienen que ser expuestos y debatidos, sí, pero en el lugar y momento indicados: quizá una charla bajo la sombra de un encino en vez de la cena de Navidad. Las controversias en una sala de debate o en un taller de literatura suelen ser esperadas y tomadas de manera natural, sin embargo, en una fiesta infantil, en una noche mexicana o en la cena de Año Nuevo, hacen germinar un ambiente hostil. “No debiste faltarle al respeto”, observaría alguno de los viejos; “dejen de hablar y vamos a jugar”, pensarían los niños, esos mismos que pelean con sus primos por un juguete y una hora después vuelven a trepar el mismo árbol. ¿Llegará el día que esos niños crezcan y puedan recordar las risas, el alboroto y la diversión, en lugar de aquella vez que su tío mencionó la deuda de sus papás? ¿O qué tal cuando el nieto mayor reclamó que nadie cuidó a la abuelita ya finada? Y ni hablar del color de piel del nuevo bebé. Evocar un secreto a voces suele arrojar una sombra poco agradable sobre los eventos familiares.

           La discusión encamina al debate; la expresión de una forma de pensamiento es ideal, pero ¿quién logra que su ego no interfiera a la hora de exponer su idiosincrasia? En las discusiones familiares, rara vez se llega a un acuerdo y termina por no verse el bosque a través de los árboles. La figura materna tenía razón: hay temas que es mejor no tocar porque no se logran más que desacuerdos.   

           A raíz de lo anterior, muchos quieren podar su jardín genealógico (después de todo, en cada familia existe un árbol torcido que jamás se enderezará), pero otros, los que poseemos aquella nostalgia de la infancia, queremos unirlo y verlo florecer, aunque se tengan que hacer algunos injertos. Siempre sucede que por alguna plática, discusión o un simple comentario, muchos familiares ya no volvieron a visitarnos.

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