
Escribo,
te escribo,
porque la poesía es el mejor remedio
que conozco
y a mí me sigue(s) doliendo
esta herida
que juré cerrada.
Escribo porque
las letras son lo más valioso
que tengo
y yo ya no quiero
que nos debamos
nada.
Los cobradores
siempre llegan
cuando menos los esperas.
Irrumpen en tu hogar,
lo embargan todo.
No estoy segura de
si soy la deudora
o la acreedora.
No sé si te debo el perdón
o si me debes disculpas,
respuestas,
preguntas,
tiempo,
te amos.
Debes.
Nos debes.
Nos debiste
hacerlo.
Me asusta que puedas
tocar a mi puerta;
ya sé lo que se siente
ser expulsada
con maletas cargadas
de la vida que tuve
y que ya no tendré.
Cargadas de basura, vaya.
De algo que servía
pero ya no.
Así de rápido un ensueño
se convierte en desecho.
Pero me asusta más
ser yo quien toque a la tuya;
a lo único que le he temido más
que a perderte la pista
ha sido a saber exactamente
dónde encontrarte.
La única diferencia
entre el mito y la realidad
es la posibilidad de tocarlo.
Yo te prefiero mítico,
lejano,
borroso.
Escribo para saldar deudas pasadas.
Para pagar si es que algo debo
y para convencerme
de que de ti
nada quiero.
Escribo para que no vuelvas.
Te escribo porque
sé que no me lees,
no puedes leerme
y esa es la única certeza
que tengo de que ya estoy a salvo,
de que aún estoy a salvo.
62