Saturnia

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El origen de nuestra civilización nunca había sido claro, pero la misión sí. En Saturnia nos preparaban para conquistar otros mundos con aquello que nos llena el alma en lugar de los bolsillos, como no sucede, generalmente, en los universos que hemos visitado; aquello con lo que se llena los bolsillos suelen llamarlo dinero

La primera vez que visité la Tierra para explorar los posibles asentamientos, los humanos me parecieron interesantes y un poco torpes. Teniendo la naturaleza de su lado preferían destruirla, además de su manía por enfrascarse en lo que llaman Pasado. En nuestro planeta, lo que no nos servía lo eliminábamos: objetos, criaturas, recuerdos… todo. Las despedidas no eran motivo de tristeza sino de un nuevo comienzo.

A mi regreso, confirmamos que la Tierra debía ser conquistada. El plan había comenzado a diseñarse años atrás, mi visita nos permitió identificar los posibles errores y las soluciones tentativas. Aunque siempre era necesario un segundo viaje para corroborar la información. Fue en esa ocasión cuando lo conocí. Ese humano me había ayudado a encontrar el museo y el tiempo de convivencia fue el suficiente para enamorarnos. No todos los humanos eran unos Rebot, como los llamábamos en mi planeta, el equivalente a idiotas en la Tierra, yo me había encontrado con un Tockir, lo que para ellos significaba sabios.

El tiempo era relativo. Mientras en la Tierra había convivido con el Tockir durante meses, en  mi planeta habían pasado años. Sin embargo, ese sentimiento era llamado amor en todos los universos existentes. Cuando regresé, le compartí mis sentimientos al Celestino Supremo, pues en Saturnia teníamos dos leyes inquebrantables: ser honestos y guiarnos por el amor. Nunca se trataba de ganar ni nos importaba perder, creíamos que el amor siempre regresaba a nosotros de diferentes formas, lo importante era el ser. 

Cuando le hablé del Tockir, me dijo que nada ocurre al azar, por alguna razón yo había sido designada a la misión. Por ese motivo, yo permanecería en el museo de arte, porque ahí lo conocí. Aquella mañana, la nave tenía combustible de sobra y las provisiones nos durarían lo suficiente. Los habitantes de Saturnia estábamos listos para nuestra misión: conquistar la Tierra a través de las artes y la literatura. Para mí había una misión extra: seguir conquistando su corazón. Cuando nos embarcáramos no habría marcha atrás, nos convertiríamos en humanos, confiando en todo lo aprendido. Al poner en marcha nuestro plan, los celestinos ya no volverían a visitarnos.

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