El acto de amor más puro

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Soy una persona de palabras y de mucho amor.

Desde que era niña, escribía tantos cuentos como podía con situaciones que solo alguien de mi edad podía contar y darles sentido.

Desde que era niña, comencé a amar. Criarse en una familia como la mía, con una madre y una hermana como las mías, involucraba ser amor.

Cuando entré a la pubertad, seguí escribiendo. Escribía novelas sobre los artistas que escuchaba y que las fans leían. Ciertamente, las historias no tenían pies ni cabeza, pero yo las escribía.

Cuando entré a la pubertad, seguí amando con la misma intensidad. Ahora amaba más cosas y a más personas. Aprendí que amar era tan fácil como tocar el sol, y tan difícil como atrapar la lluvia.

Cuando entré a la adolescencia, seguí narrando. Participé en concursos y gané. Seguí escribiendo para personas y tal vez incluso, por dinero. Escribía y escribía.

Cuando entré a la adolescencia, también seguí amando y aprendí a dejar de hacerlo. Amaba a más personas, a tantas que no puedo contarlas con los dedos de mis manos. Aprendí que amarme a mí era más difícil que amar a alguien más.

Tal vez fue por esa duda en el amor que tuve que buscar una forma de dármelo. Una real. Una imaginaria.

Me di cuenta de que, durante todo ese tiempo, desde mi niñez, yo no escribía para los demás. Escribía para mí. Incluso cuando escribía por dinero, dejar el valor de mis palabras en manos ajenas era como donar un riñón.

Descubrí que amaba algo que me amaba de vuelta.

Y no era una persona. No era aquel romance común que te muestran en las películas. Era algo más íntimo, más pasional, más real que la persona que tengo a mi lado.

Escribir había sido cumbre de anhelos, esperanzas, fantasías, curiosidades, alegrías y tristezas. Escribir me había salvado la vida. Había tomado mi mano desde mi infancia y me había visto crecer, me había amado pese a los sueños de algodón de azúcar que no pude cumplir.

Porque a todo lo que tenía y a todo lo que faltaba, yo escribía.

Había intentado escribir y amar como dos cosas distintas, sin darme cuenta de que desde que nací, el destino ya me había enlazado con aquel romance con las letras.

Porque me rodeo de ellas. Me abrazo. Me conozco.

El cariño que me doy ante mi escritura es propio. Y me adueño de eso.

Mis letras me aman y yo a ellas. Somos una.

Aún soy adolescente, pero descubrí que me amo. Porque escribir, ha sido el acto de amor más puro que he tenido hacia mí.

Yo escribo amando. Amándome a mí.

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