El amor que no buscaba

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Solía escribir sobre todo a mi alrededor: los viejos amores, los nuevos amantes, los corazones rotos, aquello con lo que fantaseaba o con lo que me gustaría que pasara. He adoptado la manía de llevar pluma y papel a todos lados, porque las palabras siempre están al asecho, y con el menor detonante ¡Bam! Exigen ser expresadas. 

Por mucho tiempo mi vida dependió de un titiritero. Cansada de intentar liberarme sin éxito alguno, danzaba al ritmo de su triste melodía. Ninguno contaba con que yo descubriría un mundo de letras, o por el contrario, seguramente yo fui elegida. Al no saber qué hacer con ellas, formé palabras y las fui guardando en los bolsillos hasta que se volvieron tan pesadas, que fue imposible seguir atada a esos hilos, en apariencia resistentes, que terminaron por romperse.  

Después de la liberación, escribía a todas horas pero me apetecía más hacerlo por las noches. Me agradaba escuchar cómo el clic de las teclas se acoplaba al ritmo de mis canciones preferidas, rompiendo el silencio que reinaba en la penumbra. Pensaba que escribía para los demás, como una poción para el olvido o para liberarme de los demonios que me atormentaban, acaso como una estrategia para escapar de mí misma.

Con el paso del tiempo, las letras se han convertido en mi lugar favorito cuando la vida se vuelve insoportable o cuando quiero dejar evidencia de que he palpado la felicidad. Por otro lado, también se han convertido en un viaje, cada que necesito despedirme de algo que ya no me suma o por el contrario, para darle la bienvenida a una nueva parte de mí.

Hoy descubro que el cariño que me doy cuando escribo es el más sincero, porque me hace experimentar la euforia, me acaricia las heridas, permitiéndome ser yo y encontrarme cuando me siento perdida. Escribir me ha brindado la oportunidad de viajar en el tiempo para romper con aquellas cadenas heredadas por mis antepasados que no sabían que también podían liberarse. Las emociones se convierten en dioses o demonios, pero a diferencia de otras veces, ahora le doy la bienvenida a la versión que se presente pues todas son parte de mí.

Algunos suelen llamarlo terapia, yo lo llamo liberación. Quizá eso necesitamos todos: escribir para encontrar un poco de paz, aunque sea momentánea.

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