Naranjina y Rosina: las brujas fantásticas

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Al entrar en mi alcoba me encontré con una bruja. Era completamente distinta a lo narrado en los cuentos de hadas. Su nariz no era deforme y en su rostro no se observaban verrugas. En lugar de vestidos negros utilizaba peculiares ropajes de un naranja fosforescente. Por compañera tenía a un alebrije al que le había regalado vida; era una gata con cuerno de unicornio y alas de hada. 

La saludé. Jamás había entendido por qué el mundo nos enseña a temerles a aquellas que se salen de la norma. No mostró mucho interés en mi presencia. Corría de extremo a extremo, mientras decía: «No, este es demasiado grande. Qué pequeño es éste, necesitaría alrededor de mil. ¡Qué barbaridad, en quince minutos la luna aparecerá! Requiero encontrarlo, de lo contrario mi arduo trabajo llegará a su fin». 

Un fuerte ruido se escuchó pues su compañera, la gata alebrije, había regado una extraña mezcla en la que trabajaba. Todas empezamos a volar por mis dominios. «¡Lo logré! Yo, Naranjina, ¡seré reconocida como la primera en poder viajar sin la necesidad de una escoba!», gritó emocionada. 

Por fin, mi presencia llamó su atención. Sin preocuparle que se tratara de mi dormitorio, y como si me conociera de toda la vida, me saludó: «Rosina, un fuerte abrazo. ¡Bienvenida a casa!». Antes que pudiera indignarme por la extrañeza de aquella bruja, me lanzó unos diminutos polvos morados. ¡Estaba furiosa! Mis hermosos rizos estaban llenos de diamantina, lavarlos sería un lío. ¡Se acabó! La bruja había perdido el último tornillo de su cabeza… ¡había enloquecido por completo!

3, 2, 1…

Estaba a punto de explotar cuando recordé todo. Yo era Rosina, la poderosa. Cambié esos horribles jeans por un vestido largo color rosado. Al instante corríamos y gritábamos por toda la habitación. Me llevó cinco minutos encontrar el anillo, la pieza faltante para convertir a la tierra en nuestro universo. Juntas, lo colocamos en la puerta. Una mezcla de tonos naranjas y rosados se esparcieron por el cuarto. «¡Lo conseguimos!», exclamamos. Por fin el universo fantástico era real, uno en el que el respeto a todas las formas de vida era la única norma.

¡Ring! 

Desperté sin Naranjina. ¿Fue real o fantasía?, quién sabe. En el piso de mi alcoba había restos de diamantina rosa, me agarré el pelo. ¡Cómo la detesto! Otra vez dejó mis rizos llenos de diamantina. En fin, continuemos como Mónica, pronto llegará la noche y nuestras aventuras.

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