Sensaciones

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Las emociones nunca son sencillas. El dolor no siempre es pasajero, a veces se queda estancado hasta que decidimos convertirlo en algo más: lágrimas, arte, ira. Muchas veces preferimos evadirlo o sufrirlo en silencio. La verdad no sé qué es peor, en este punto de mi existencia he sufrido el dolor de maneras diferentes y ninguna llega a ser del todo la correcta. Siempre se queda ahí estancado, al menos hasta que una emoción más fuerte llega y lo arrasa con ella.

Esta mañana desperté con el dolor inundando cada parte de mi ser. Lo vi a través de mis ojos, mientras observaba mi reflejo en el espejo. Vi cómo las penas me carcomían las esperanzas, los sueños, los planes y en su lugar dejaban una serie de cicatrices que aún no sé cómo remediar. De repente todo lo que conocía, anhelaba, lo que añoraba se desvaneció entre mis dedos. Estaba ahí perdida sin tener mucha idea de lo que ocurría a mi alrededor. Todo lo que me rodeaba se desvaneció, el sonido se fue y yo no tenía idea alguna de qué hacer. Todo lo que sentía me consumió hasta el punto de convertir el caos en nada.

Las palabras atoradas en la garganta, las lágrimas acumuladas en mis ojos, el dolor en cada rincón de mi cuerpo. Todo al mismo tiempo. 

Recuerdo tener los dedos entumecidos, la boca seca y el alma rota por aquel mensaje. Ese jodido mensaje que anunciaba la muerte del ser más importante en mi vida. Ese anuncio que arrancó una parte de mí, aquel que me condenó a sobrevivir, que me obligó a romperme para continuar. 

Ahora, las memorias son las únicas suturas que me ayudan a avanzar. El dolor aún está en mi piel, el duelo me acompaña cada mañana y la vida es un constante recordatorio de lo que alguna vez fue y ya no será más.

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