Tan aterrador como uno mismo

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Ha sucedido: me he enamorado del sufrimiento ajeno. Lo sublime de un corazón agonizante después de triturarle sin resistencia alguna hasta que quede inerte como su poseedor. ¿Cuándo pasó? Todo lo prohibido se volvió algo tan espléndido de contemplar. ¡Vaya! Es la majestuosidad del sufrimiento: dañar al indefenso y entregado amante, llena mis más ocultos deseos. No importa cuán absurdo, cuán infantil sea el capricho. Si me pidieran describirlo en una palabra, sería algo excitante. Cuando el juez tiene la virtud de ser verdugo y con la misma mano sentencia y ajusticia al inocente, se experimenta un placer inconcebible; pero eso no implica que la sonrisa que ahora tengo sea irreal. ¿Quién diría que la aflicción más lacerante sería la de podría experimentar quien más me amó? ¡Oh!, y el placer que causa, en efecto es indescriptible. De preguntarme la razón del vedado daño que ocasioné a quien más amo, con seguridad diré que fue por el placer de esta metamorfosis: una que me ha hecho la aberración que soy hoy. Un humano no se cree superior a un Dios: yo soy equiparable a su grandeza. Los dioses pueden juzgar pues su sabiduría es infinita y certera. Pero los hombres no ven con los ojos con que yo veo el mundo: consideran mis actos necedad y frustraciones del mundo. No ven con la divinidad de mis ojos.

Limitado por estos barrotes y azotado por la naturaleza a través del boquete en la pared, percibo lo que fue mi rostro en el reflejo de un agua estancada. Y ahí es donde encuentro una horrible bestia. De naturaleza repugnante, capaz de aterrorizar a cualquier ser. Una quimera atormentada por la eterna condena de sus efímeras acciones. Con desprecio arremeto con mis puños contra la bestia reflejada, pues es la representación de la criatura que siempre desprecié. Un ser cuya deformación del alma es reflejada en aquello que lleva por rostro. Una faz harto hórrida donde sólo se distingue el odio y la enajenación. Una criatura cuyo final debe ser el rechazo. Merecedora únicamente de la aversión del pueblo: maldecida a vivir con desazón de tener el férvido deseo por sonreír por no sentir pena alguna. 

Ser congelado en el tiempo: sin auxilio alguno y prisionero de su repulsivo cuerpo. Ente que negará con su pedestre léxico su condena de exilio. Sin derecho a compasión,  vivirá en pesadumbre. Incapaz de acabar con su vida, vivirá cargando con el hedor de la putrefacción que en su interior guarda: una hediondez que solo ese esperpento será capaz de percibir. Con la intención de vomitar y la imposibilidad de conseguirlo, vivirá deseando la muerte; pero es imposible desvanecerse. 

 

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