(611) Valeria

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Nada de esto me debería estar pasando. Si no me hubiera contado con tanta fascinación y anhelo en los ojos que la luna era su obsesión favorita, mi corazón no estaría rondando entorno a ella.

 

Me encanta pensar en ella, ver la luna y en ella su inicial impresa que enmarca mi sombra. Desviar la mirada del cielo para sacármela de la cabeza aumenta el deseo de tenerla aquí, junto a mí. Veo esas estrellas blancas, finas, frías, parpadeantes y me gritan silenciosamente su nombre. Juro que la puedo ver, pero no la siento, me ahogo en el cielo de esta noche deseando intensamente tenerla frente a mí, deseando que, al mirar hacia el suelo, mi sombra esté unida a la de ella.

 

Nada de esto sería una ansiosa necesidad si no estuviéramos cada quien en su nido. No sentiría nada de esto si ella no hubiera aparecido como una simple casualidad, igual que la luna que se asoma en este cielo azul, oscuro y frío, que me ve como una loca desesperada por tener a su amor entre los brazos. Lamentablemente, aún no somos nada.

 

Noche tras noche, sin cansarme, sin dejar pasar una sola oportunidad, le dedico cada estrella del cielo. Sonrío con la mirada clavada en ese mar cuajado de estrellas donde alcanzo a ver su nombre enmarcado en plata, a juego con la luna.  Lo único que importa es ella, todo aquí es sobre ella, cada oración pronunciada es por, sobre y para ella. Mis ojos la ven y en ella veo las estrellas y la luna, se me llena la vista y el corazón de su luz blanca, pacífica, tan brillante. Solo quiero abrir los ojos en cada noche donde la luna es la anfitriona.

 

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