Lo que el verano se llevó

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El verano llegó hace unos días por el camino del norte. 

Va por ahí con esos pies gigantes y esos aires que todo lo arrasan.

Cuento las hojas que entre sus pies se levantan, y que caminan 

entre las calles angostas en dirección al horizonte.

 

Lleva una gran maleta colgada en la espalda

cargada de todos los te quiero que algún día nos dijimos 

y que ahora no son más que palomas alzando el vuelo, 

acompañándolo en su gran viaje hacia el sol.

 

Sus manos son grandes y cuando las levanta

alcanza a tomar pequeños cachitos de cielo. 

Las nubes se desmoronan y caen en forma de enormes tormentas 

de granizadas que todo lo cubren.

 

Al verano no le gusta ver a las nubes llorar por sus manos torpes. 

A veces se sienta a llorar junto a ellas en acto de solidaridad.

 

Hace falta que el sol le avise que sus torpes apretones 

han causado cosquillas a las nubes y que se han desmoronado de risa, 

no de dolor ni de tristeza, para que deje de llorar 

y un rayito de sol en forma de sonrisa se asome en su rostro otra vez.

 

Los dientes del verano son de colores, 

cuando sonríe todo el cielo brilla a su alrededor.

 

Su cuerpo es grande, pero nunca tiene frío, ni tiene hambre. 

 

Tan pronto como escucha a su corazón latir, 

palpitar en señal de que está vivo,

se llena de emoción y se calienta todito.

 

Su espalda cansada se vuelve ligera en los brazos del viento. 

Esos brazos que lo sostienen de manera cálida 

que le susurran palabras de aliento.

 

Porque el verano tiene todavía por delante un gran tramo que andar.

Y se llevará un buen rato.

Porque el verano se llevó una gran maleta 

cargada de tus recuerdos, cargada de ti.

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