Espejismo

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        La mejor versión de mí es aquella que logra escapar primero del espejo en la mañana. La otra debe imitar cada movimiento, saltando de superficie en superficie, tratando de vislumbrar lo que pasa en el mundo de la dimensión y la forma. 

        Es un juego interesante que libramos desde hace ya más de dos vidas. La fractura ocurrió cuando nuestros ojos se clavaron en los del otro con suficiente intensidad como para quebrantar la realidad y sus reglas. Quién es el original y quién la copia dejó de importar desde antes de haber nacido. A veces yo soy quien debe pasar la jornada en el plano invertido y hacerla de zurdo por un rato, otras, me toca a mí ser quien toma el autobús y ve en el reflejo de la ventana a mi duplicado quedarse en el asiento del copiloto de nuestra vida. 

        Pero el arreglo no siempre funciona, hay ocasiones en que quien debió salir se quedó del lado equivocado y la mejor versión debe ver en silencio al contrario gritarle frente al espejo, reclamando, llorando, enfurecido, golpeando sus puños con la esperanza de romper la barrera que nos divide para que el otro cruce y tome su lugar. 

        Esos son los días malos, en los que al llegar la noche debemos reunirnos en el baño antes de dormir y pedirnos disculpas por la misma cosa, pero en extremos opuestos. Uno por no haber salido a confrontar el día con su mejor cara, la contraparte por haber fallado al hacerlo. Luego vamos a soñar sin sueños y el amanecer volvemos a jugar lo mismo. Hacemos nuestra apuesta y esperamos que quien debió escapar sea el que está en el mundo real. Después de todo, solo nos tenemos el uno al otro. Un reflejo y su persona que lo sigue a todos lados.

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