
El tema de las versiones de mí misma siempre me ha causado intriga, y un poco de vértigo también. ¿Cuántas hay?, ¿cuáles puedo decir que son realmente yo? Pienso que hay infinitas versiones de mí misma, si tomo en cuenta también las posibles. Pienso que sería absurdo negarles mi identidad a algunas de mis versiones. Pero antes de poder elegir cuál es la mejor versión de mí misma debo pensar qué constituye una versión por sí misma. ¿Soy una versión distinta cuando me visto de negro y no de rojo? ¿Soy una versión distinta cuando elijo desayunar papaya en vez de piña? ¿O tiene más bien que ver con mis acciones morales, mis sentimientos o mis creencias?
Creo que sea cual sea la respuesta, soy muchas versiones de mí misma cada día. ¿Cómo elegir la mejor? De hecho, no sé si exista una versión que sea mejor que las demás. ¿No trabajamos siempre para llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos? ¿Y no es suficientemente buena la versión que busca una mejor versión? Más aún, ¿no es suficientemente buena la versión que ya hay? Me delataré como nietzscheana y spinozista y diré que todas mis versiones son las mejores en tanto que son las versiones que existen, y debemos despreocuparnos por las versiones que (aún) no existen.
Y de las versiones que existen, aunque ninguna sea la mejor, creo que hay algunas que me gustan más, como cuando soy Cecilia taoísta, Cecilia enamorada o Cecilia artista marcial. Hay también algunas menciones honoríficas: Cecilia hija, Cecilia filósofa, Cecilia amiga y Cecilia hermana. Pero la que más me gusta, porque es la que me ha llevado a posibilitar todas las demás, es, sin lugar a duda, Cecilia soñadora.
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