Malagueña

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La miro como la tortolita que es. La mujer que duerme junto mío se la vive entre el cosmos y la meditación cuando está furiosa, o triste, o excitada. Cuando siente y no siente, esa mujer medita. Ella también es de las que casi no come carne; y yo, un carnívoro, desde crío.  No puedo dejar la carne, y aunque no me pide que lo haga, sus ojos me chantajean cuando vamos al supermercado. Su mirada me hace creer que no quiero más carne y que quiero comerme aquel pimiento asqueroso que ella hace sopa. Para mi suerte, no es tan buena oradora, y la carne comparada con su sermón hace vapor sus sentencias. Lo mío siempre fue la comida de sangre.

La mujer que me roba la colcha cuando hiela fuera de mi ventana es la misma que se lava los dientes veinte minutos exactos luego de comer, sin importar si comió una manzana o chuchería y media. Yo solo me lavo los dientes algunas noches, soy algo más sucio, menos metódico, más animal. La mujer que vive conmigo toma la chaqueta del perchero y se va a comprar el pan para la cena, me da un pico en los labios o me acaricia primero la oreja y luego la nuca cuando tiene la entrepierna caliente. Esa mujer es todas las mujeres, la que me roba las cobijas y la que me regala un besuqueo.

Es una tortolita que me acompaña a las reuniones de la oficina y me provoca con su único vestido de noche. Me provoca porque la velada hace bailar, a mí me gusta bailarle el cabello, no los pasos, pero viéndola a ella, con su vestido que se mete entre sus piernas torcidas, es que recuerdo las malas copas que nunca pase con ella, las tardes sabor chocolate, sus maniobras para hacerme desear verla mañana, que tomo mi temor al mal baile y le muevo las caderas entre mis varios pisotones. Diré que me agrada más cuando esas fiestas se terminan porque ella suele tenerme encerrado en la espera de que se acaben los bocadillos, para saberme con ella en casa, esperando, pensando en sus muslos que se acompañan de medias y aire. La quiero tanto, tanto que hasta sin sexo me quedaría con sus delirios de ermitaña. De ella solo me agoto cuando me dice que me vaya al carajo si olvido lavar los trastes. 

Esa mujer que me roba las cobijas y el sudor durante el sexo ya no es la misma que conocí en mi viaje a las playas malagueñas, ya no es la misma que me dio un beso, la que se apasionó por mí, quién sabe por qué razón. Esa mujer que duerme junto a mí es la mujer que me regala cachitos de su día en señal de amor. Esa es la mujer que me regaló Málaga y que sin Málaga nada de esto me estaría pasando. Esa mujer es la tórtola que apostó por mí.  

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