De nuevo es enero,
a comenzar con propósitos,
y lo he pensado, he pensado bastante qué proponerme:
hacer ejercicio, leer veinte libros, aprender otro idioma.
Puedo proponerme mil y una cosa más,
y al final me siento igual de vacío, o me falta lo mismo,
y parece que nada cambia, aunque todo esté cambiando.
Me veo en el espejo y comienzo a ver las diferencias físicas
que existen en mí, comparado con una foto de hace cinco años.
Mis seres queridos envejecen y lo único que no cambia
es lo absurda que es la vida,
tan interrogante, tan desinteresada, tan sin sentido,
y supongo que así seguirá.
¿En serio así seguirá?
Aunque así siga, esta vez he pensado en hacer algo distinto.
Me he propuesto quitarme el peso que cargo sin razón alguna,
no ser duro conmigo mismo, y recordarme mis cualidades,
enfocarme en el presente y cada mañana decirme que soy capaz de todo.
¿La razón?
Normalizar y priorizar el cuidado de la salud mental.
Ya sufro mucho pensando en el indigente que camina todos los días por mi calle,
o los niños —aunque ya no tan niños—
que venden dulces en el centro, con ropa rota y sucia,
y sufro más por querer arreglar esa situación y no poder hacerlo.
Quiero ser la mejor versión de mí,
Amándome, apapachándome, enfocándome,
sin reprocharme nada, mucho menos el pasado,
ver más el cielo, sentir más el viento, abrazar y decir cuánto quiero a los que quiero,
¿Por qué?
Ya bastante hostil es la vida, como para hacerme sufrir más.
Ya bastante hostil es la vida, como para no ser amable y no amar a los demás.
¿Y después?
Después veré al indigente que pasa todos los días por mi calle y le sonreiré,
le daré algo de comida y caminaré hacia el centro.
Ahí, le compraré algunos dulces a aquel niño que ya no es tan niño,
le daré algo de ropa que ya no utilice.
¿Qué conseguiré?
La mejor versión de mí.
Así me daré cuenta de que la vida guarda un poco de sentido,
cuando se está presente en el presente y se le dedica un poco de tiempo
brindándole ayuda a alguien más.
4