
Nació de una respuesta dada en negros litros de alfabeto sobre un mar de fibras planas, estructuras que, capa por capa, pueden extenderse hasta albergar probablemente todo en su inicial nada.
Lo llamó con otro nombre, cada letra un anagrama de deseos violetas. Y aunque las traducciones le embarraron de gemelos —queridos quizá más, quizá menos—, su infancia, que vive en la calle que fue bosquejada en una servilleta y recorre el librero entero, da paso a la misma adolescencia de amores y caídas, rescatada en los tomos que vuelan junto a las aleteantes ciudades, impulsadas por física imposible y cariño… Allá, ajeno a la inspiración detrás de los conflictos que en sus libros de historia se cuentan con triunfo y no con sangre, vive y aprende a vivir, entre música y constelaciones, cuando lo leen.
Lo que provocó el encuentro fue una conversación inesperada, una respuesta a su respuesta: ajena pluma inspirada que, en busca también de su extraviada costilla, con las capacidades del papel y las maldiciones de los hemisferios azules, le trajo a este mundo…
Se encontró dormido en su escritorio. Su cara reposaba sobre la dorada madera, pero incluso así, en el espejo de la intuición, se reconoció.
Decidió dejarse dormir, sintiéndose sin aire por la relatividad… alejarse y explorar lo que…
—Te amo, pero vete.
Por primera vez tuvo miedo al escuchar su propia voz.
—Vuelve a tu hogar, no estás seguro aquí… Querías vivir en un lugar donde todo haya salido bien. Y lo haces. Disfrútalo. Nos has hecho muy feliz…
Todo obscureció. La tinta se había chorreado.
Cuando volvió, corrió a encontrar un lugar para escribir.
2