Último día raro del año

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Como de costumbre en vísperas de año nuevo, me dispongo a divagar, algo muy típico de mí.

 

En años pasados mi conciencia, memoria e imaginación se la pasaban horas varadas en el pasado y en el futuro con deseos de cosas imposibles, en lo que es y en lo que hubiera sido y quizás no pueda ser; en ese antes en el que experimentaba un estado taciturno con emociones incómodas no expresadas, queriendo escaparme de todo y de todos, viviendo sin vivir y pensando con melancolía:

 

“Nada de esto me estaría pasando si tan solo mi actitud fuera como la de las heroínas de los libros en los que me sumerjo de vez en cuando en búsqueda de una pista de lo que debería hacer o qué camino debería tomar. Sería valiente, dueña de mi destino, viajaría a donde sea que la curiosidad me lleve para, en el transcurso, conocer el desenlace en la historia de mi vida sin siquiera detenerme a pensar en ello, solo disfrutar. ¡Todo sería más fácil! Sin embargo, ahí estaba, en mi época de estudiante en el transporte público rumbo a la escuela, mirando de vez en vez caras soñolientas por haberse levantado temprano un día más; contemplando los mismos parajes citadinos mientras se reproducía en mis auriculares una canción triste muy acorde a la depresión por no encontrar un sueño, un lugar, algo por lo cual continuar en este espacio y tiempo en el que habitamos los seres humanos con todo y amargas vivencias”.

 

¡Ah, qué pensamientos!

 

Cuando no podía afrontar las situaciones demandantes de la cotidianidad por mantener esos viajes en el tiempo, al terminar la escuela, tomé la decisión de vivir el presente y hacer cosas que siempre había querido hacer como ir a un bosque, desconectarme de la ciudad, pasar horas en la biblioteca, escribir, dibujar, descubrir nuevas personas y conocer sus historias, alimentar el jardín de mi alma. 

 

Continúo así hasta hoy: llegaron oportunidades inesperadas que pensaba solo se relataban en los libros. Así emprendí un viaje al presente, aprendí a dirigir mi vida, a crear nuevos caminos. ¡Definitivamente nada de esto me estaría pasando! Pues de no haber sabido saborear las experiencias amargas y dulces, de no aprender de ellas, de no empezar a vivir, no tendría lo que hoy agradezco tener.

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