Encuentros y desencuentros

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A buen tiempo entendí que la vida trata de desencontrar amigos y encontrar recuerdos. Hay búsquedas que no comienzan después del extravío; algunas surgen de deseos infantiles y otras, inesperadas, terminan previo a comenzar. Serán aquellas las que con su partida te dejen más despoblado. ¿Cómo velar lo espontáneo que se va de súbito? 

Se creería que es un ciclo infinito, el de perder y encontrar. Es más bien una línea circular, un ciclo nada más, uno que puede alargarse de por vida. Ahí esconde su tortuoso significado: desconocer cuándo la línea completará su figura; saber si la completará en lo absoluto. 

Lo distante se anhela por su lejanía y se añora por su incertidumbre. Tiempo, cosas, personas, sentimientos. Todo en algún momento deja de volver… pero todo lo que importa volverá por siempre. En ello se guarda otro significado, uno bello: reencontrar lo desdibujado para trazarlo nuevamente.  

Lo perdido, curiosamente, no es sinónimo de desencontrado. Lo que se desencuentra carga consigo la certeza de su hallazgo. Pierde sus trágicos significados y se vuelve una verdad, la verdad de la esperanza. Sería llenarme de calma cuando pierdo la luna, porque sé que visitará mañana; aguardar con sosiego el siguiente otoño o emocionarme al reencontrar el mar. 

Todo lo que importa volverá y lo hará por siempre. Tales cosas están esparcidas, desencontradas en el mundo, jugando al ciclo infinito. Cuando se pierdan entre la tierra y vaguen en los olvidos, seguirán desencontradas, a la espera del súbito encuentro, el que acontece al recordar.  

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