La hora cero que hace nada

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El alma nos deja pistas, se nos escapa en la mirada, en una sonrisa, en un abrazo, en una lágrima, en una caricia, en una melodía, en un pincel, en un lápiz y en muchas cosas más. En todas sus expresiones se desdobla como un espacio-pliegue para traducirse en ínfimos lenguajes universales intraducibles. Desde mi interpretación, tenemos dos lenguajes en las cosas que no hacemos. El primero es la dócil ternura de luz que acontece mientras se acaricia a otro ser y todo medio de expresión interpersonal que está ocurriendo en dicho acto. Ese ¿cómo me impacta otro ser?, que pasa desapercibido para la mente pero no para el alma. ¿Acaso recuerdas los cientos de ideas que pasaron por tu mente mientras dabas un abrazo? No, no lo haces, y eso es porque en ese pequeño intervalo de vida hablan hasta las partes de tu ser que no tienen memoria. Es el mejor modo de que las cosas que no hacemos existan, no vivirlas en el tiempo, solo en el latir de la esencia humana. El segundo lenguaje nace en la soledad. Metafóricamente, lo entiendo como la edad del sol, el acto de volver a la unicidad, la no mente. Es ese vacío ante el papel en blanco, el vacío antes de pulsar el disparador de una cámara fotográfica.  La etapa de creación previa a toda expresión artística. Un horizonte de tiempo no medible donde la mente se desprende de sí, pero ¿para qué? Para conectar con la música del alma. Solo así emerge un pentagrama entre mente y no mente y, al igual que la música, requiere tanto figuras musicales como silencios. El lenguaje de la soledad es ese equilibrio entre transcender y dejarse trascender por el resollar de la existencia para traducirla en un ente. El arte existe pero detrás de él habitan infinitos entes que no existen, dirigidos por una brújula que se impulsa a un ritmo que no entendemos y se manifiesta sin que hagamos nada y a la vez hagamos todo por desplegarlos en nuestro interior. 

¿Qué hemos de hacer para rescatar las cosas que no hacemos? Pienso y siento que deberíamos vivir honestamente, mirar al tiempo con ilusión y brillo. El tiempo es poder, poder de vivir. Cuando seamos capaces de mirar al poder a la cara, las cosas que no hacemos se sintetizarán en la vida creando el más bello concierto universal que estamos pidiendo empezar dentro de cada uno de nosotros. Nos debemos e

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