
Qué agotador es vivir para después, para cuando tenga dinero, para cuando me gradúe, para cuando me queden los jeans talla cuatro. Porque el después solo se acumula. Así como mi casa, mi cuerpo se llena de cosas pendientes.
En el tercer piso, una bodega de aquello que el después me jura podré necesitar. Las sillas del comedor que ya no existe para una reunión que todavía no hago, mi bicicleta sin ruedas y los cuadernos de apuntes de la universidad.
En mi cuarto los cajones se hinchan de tanta ropa que no uso porque es para un cuerpo que todavía no tengo y el después me lo promete, para cuando baje de peso, para cuando me crezcan las piernas, para cuando mi pie se haga pequeño y los zapatos no me lastimen. En las repisas, mil goteros para distintas dolencias, para cuando me duela la panza, para cuando no pueda dormir, para cuando regresen los síntomas que latentes esperan que esta vez termine el tratamiento. Para cuando el tiempo empiece de nuevo y pueda volver a ser otra.
Porque para después te mueres, pero yo sigo acumulando. Acumulo la demora innecesaria que finalmente vendrá por mí, como un monstruo de arena que exige voltear a verlo. Pero para después he quedado tantas veces que ya no sé de dónde viene el polvo, tal vez de todo aquello que no hice porque el después siempre llegó primero.
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