Al otro lado del espejo y del tiempo

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No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro.

Jean Paul Sartre 

 

La transformación parece el caramelo predilecto de las urbes. Todo cambia. Todo pasa. Nada permanece. Lo que un día fue, ahora ya no es. Y sucede todos los días sin que nos demos cuenta. Los lugares que frecuentamos son la prueba máxima de que el tiempo ha pasado. Sobre nosotros. Y sobre ellos. 

     Lo anterior puede ser escabroso si llegamos a la ineludible conclusión de que seguirán cambiando incluso cuando abandonemos esta dimensión. Pero aquello no es malo. Quizá nos sirva de impulso para encontrarnos con nosotros mismos en otro tiempo y en otro lugar. En compañía de nuestros lugares favoritos. 

     Un lugar que siguió la enherbolada transformación es el cruce de Insurgentes y Eje Uno Norte. Hogar de Buenavista. Atrás quedaron los años 60s, pináculo de su inauguración, cuando en los alrededores había extensos campos áridos hasta que la vista topara con Tlatelolco, a la par que era fácil escuchar el eterno silbato del ferrocarril.

     La zona, perteneciente en otros años al Palacio del Conde de Buenavista, quedó marcada para siempre como terminal de transporte. Su propósito se impuso ante el tiempo al convertirse en punto del encuentro, y desencuentro, insignia de los capitalinos. 

     Sus visitantes acuerdan encontrarse en la Biblioteca Vasconcelos, algunos más llegan en Metro por la jovial línea B, mientras que el Metrobús se corona ante el contraflujo como el rey de la movilidad al pulular como espuma en cada intersección. Sin embargo, el tiempo se niega a perder. La terminal sigue, pero ahora su vitalidad se redujo a dos vías del tren Suburbano, enalteciendo en su lugar la plaza comercial Forum, hogar del deseo ajeno. 

     Lo anterior pareciera forjar dos imágenes de un mismo lugar. Dos imágenes de Buenavista que viven la ardua tarea de descubrir lo que hay del otro lado del espejo con que se miran. Aquello crea una analogía curiosa que nos invita a encontrar lo que hay del otro lado de nosotros mismos. Si lo intentamos y observamos a través del espejo del tiempo y la transformación, es probable que encontremos una paradoja. 

     Al final descubriremos que lo que en verdad ha cambiado no son los lugares que frecuentamos, sino nosotros mismos. Nosotros mismos, de la mano con el tiempo, el cual nos acompañará con entusiasmo al abordar juntos el tren de la vida misma, partiendo quizá, de la terminal Buenavista. 

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