
Hoy es una mañana soleada de primavera, y me dispongo a salir de casa. Como cada vez que salgo a la ciudad, el primer paso al atravesar la puerta es empuñar y desplegar mi bastón; compañero incondicional que a cada paso me permite reconocer los caminos y evadir obstáculos.
Zigzagueando por la calle, rastreando el camino, avanzo entre puestos ambulantes, banquetas rotas, autos mal estacionados, obsoletas cabinas telefónicas, postes de luz, conductores indiferentes y la estupefacción de los peatones. Se preguntan cómo es posible que un joven ciego ande solo por las calles, sin imaginar que el bastón, no es solo un objeto distintivo de las personas ciegas, es una extensión de nuestro cuerpo, compuesto por tubos de metal, unidos por un resorte que va desde el mango del que se sujeta, hasta el deslizador; pieza redondeada que hace contacto con el suelo y nos permite caminar con seguridad. A menudo la gente asume que el trayecto de una persona ciega debe ser torpe, pues de lo contrario creen que les estamos tomando el pelo.
Entre el calor que supera los 30 grados, el gentío, el bullicio de algunos establecimientos y el caos de esta ciudad desordenada, es un alivio encontrar un lugar para refugiarse del sol, espacios en buenas condiciones que permiten desplazarme con mayor libertad, como debería de ser si esta ciudad estuviese pensada para todos.
Gracias a la empatía de algunos transeúntes el trayecto es más ameno, facilitan evadir obstáculos, cruzar una calle o simplemente permiten el libre paso sin dirigir una sola palabra.
Mientras camino, me fijo en los aromas, la textura del suelo, los escalones y toda referencia que indique que voy por el camino correcto.
Al llegar a la parada corro con suerte, frente a mí, se detiene el transporte que espero, lo sé porque el chofer pregona los puntos de la ruta, al subir a la combi con la tímida ayuda de algunos pasajeros encuentro un lugar junto a la ventanilla.
Mientras voy en el asiento, pienso que el trayecto de una persona ciega que se desplaza con su bastón es como el andar por la vida misma, podemos aprender de los caminos recorridos, detenernos, retroceder o avanzar partiendo desde el punto donde nos encontramos, pero no tenemos la certeza de que nos depara más adelante, solo nos queda avanzar con la confianza en uno mismo.
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