El rastro de lo perdido

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Algo que hacemos al pensar en retrospectiva es arrepentirnos. “Debí hacerlo”, es un pensamiento fugitivo y doloroso. Otros días es solo una carga sin cuerpo que amasa mucha ira que a su vez activa los “hubiera” en una cadena imaginativa que no sabes si es tu imaginación o un vistazo a tus anhelos.

Me quedé corta.

No es solo un pensamiento, no.

Esto va más allá.

¿Qué ocurre entonces con todo lo que no dijimos? Eso cuenta. Cuenta mucho. Cada charla y discusión imaginaria que tenemos en los momentos en solitario. El momento en que debiste hablar… pero cerraste la boca. Son esas palabras que se sienten atragantadas. Es una sensación extraña. 

Un algo que no puedes sacar de la garganta. Sientes las palabras atoradas. Una sensación incomoda, lo sé. No puedes sacarlas con un gancho o una pinza. Nadie te vera la garganta y te dirá que lo que querías decir se quedó atascado ahí.

Podrías pasar noches enteras diciéndole a una pared cuánto te enojó algo por lo que pasaste. Probablemente ganes la pelea. O tal vez la pierdas imaginariamente y prepares la revancha al día siguiente hasta ganar.

Las tardes que le confesaste algo a un sillón vacío. Sentarse enfrente e imaginarte lo que le dirías. Una noticia feliz, tal vez. Un sentimiento que te desborda. Algo triste y difícil. Lo conversas una y otra vez, pero, la charla para la que te preparaste nunca llegó.

Los gestos fugitivos. El momento en que quisiste dar un abrazo, tomar de la mano… o solo dar una palmada. Sientes un hormigueo en la mano y tu corazón se acelera. No es un sentimiento romántico. Es solo un momento donde necesitabas expresar algo que iba más allá de las palabras. Apoyo. Consuelo. Calidez. Un corto “estoy aquí”.

Volviendo a los segundos del hormigueo en las manos. Estás cerca. Muy cerca. Pero … no lo logras. Tu mano no responde. El sentimiento está en el aire, pero no haces nada y el momento se va.

Acabo el recorrido con las despedidas que no se dieron. Los momentos en que no sabías que sería la última vez que verías a una persona. Y solo acabó con un “te veo luego” que no se concretó. O las ocasiones donde lograste irte de algún lugar que se sentía como una pesadilla… pagando el costo de no poder decir adiós. Ese momento suspendido en el tiempo donde pudiste girar la perilla de una puerta, pero no lo hiciste y sacrificaste el calor de un abrazo y una despedida, para solo cerrar la puerta tras de ti. 

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