Palimpsestos

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“Examiné las telas y me detuve ante la más pequeña, que figuraba o suponía una puesta de sol y que encerraba algo infinito.

—Si te gusta puedes llevártela, como recuerdo de un amigo futuro —dijo con palabra tranquila.

[…]

En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de miles años, con materiales hoy dispersos en el planeta.”

Jorge Luis Borges, Utopía de un hombre que está cansado.

 

Recibí las llaves del apartamento un día de 2009. Al abrir la puerta y mirarlo vacío supuse que su frialdad podría transformarse en calidez. En la camioneta de la mudanza esperaban mis cosas; ideé los lugares para cama, librero —y sus escasos libros—, comedor, escobas que envejecerían trabajando. Creí que mis enseres no serían suficientes para dotar al apartamento de esa (ansiada) calidez, pues me acompañaron en una época que buscaba olvidar. Quise reemplazarlos, deshacerme de esos vestigios que contaban derrotas anteriores; evitar que alguien descifrara mi pasado a partir de los resanados del ropero, o las quemaduras del sillón.  

No tenía dinero; entonces fantaseé, pero temí que cuando escogiera nuevos muebles me inclinara por unos similares a los viejos. Sin pesarlo más me atuve a conservarlo todo. Al final de cuentas, el apartamento también poseía sus marcas, signos ajenos que pronto integraría a mi vida: garabatos en las puertas, diferentes tonos de pintura en las paredes, fracturas en las ventanas, agujeros y guaridas de bichos. Entonces me resigné y esperé por las experiencias cotidianas: amaneceres, vientos, llantos y suspiros. 

Teoricé que, pasado el tiempo, las marcas de mis muebles y del apartamento adquirirían otros significados, producto de mi caminar por la ciudad —todavía extraña— mendigando por otras perspectivas. Después, el afecto de una nueva amiga trajo al apartamento muchas plantas; y mi deseo de poblar mi librero me acercó a bazares de libros de enésima mano, desbordados de pasado: manchas, notas, rasgaduras; y gente bohemia del centro me vendió cuadros vanguardistas: pinturas sobre cartón y playera vieja; recorrí mercados, bulevares y terrenos baldíos buscando respuestas, consuelo o distracción. Sí, mis muebles viejos siguen conmigo, pero sus marcas ya no son inconvenientes: son experiencias. Ahora lo sé: cada rincón del mundo es un palimpsesto en el que urdo, ayudado por muchas manos, historias de temática libre a partir de premisas preexistentes, un día dispersas por el planeta, otro siendo de mi incumbencia. 

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