
Durante una mañana igual a todas las demás, me preguntaba muy seriamente qué debería hacer, si despertar o seguir acostada mirando al techo cuestionando mi propia existencia. En todos esos días pensaba en que podría ser la última oportunidad para sentir el calor del sol en mi piel, oler el pan al tostarse o beber un vaso de leche mientras miro mi celular. Esos pequeños momentos de placer me hacen sentir completa, como si nada importara.
Acostada en mi cama me seguía cuestionando la razón por la cual me levantaba y hacía todas esas actividades que parecen banales y que ni siquiera serán valoradas por esas personas que se creen que lo saben todo. Aun así me levanto, me cambio y bajo a desayunar; en un casa donde el caos es algo cotidiano, se agradecen esos momentos donde el espacio se encuentra solitario y silencioso. Al terminar de desayunar, recordé todas esas actividades que me persiguen por el simple hecho de posponerlas por querer convivir con mi familia, a la cual quiero mucho aunque nuestras formas de vivir nos sean las mismas y discutamos todo el tiempo.
El baño es algo que considero sagrado, mi piel se purifica de todos los contaminantes que absorbe día tras día, el estrés se resbala junto con el jabón. Me visto con colores que estén acorde a mi humor y salgo con la esperanza de que todo salga bien y de reencontrarme con esas amigas que hacen que mi día se llene de colores.