Dominar al cuerpo

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Podrías apagar el cigarro que sostienes entre los dedos. Podrías también resistir el impulso de encender otro justo después de terminar este. Desechar la idea de hacerlo cuatro veces al día, siete días de la semana. El espacio que ofrece ese esfuerzo podría incluso albergar la respuesta que necesitas. Pero sabes que no quieres una respuesta. Precisas de una alternativa de escape. Una alternativa para tener dominio sobre tu propio cuerpo y sobre la incómoda idea que acompaña el saberse también cuerpo. Sabes que el vaivén cesará únicamente cuando te detengas, cuando el oxígeno deje de viajar a través de tu sangre y se apague hasta el último pensamiento.

Piensas en el cuerpo de tu madre. En el dominio de tu madre sobre su cuerpo. En tu madre que también es cuerpo. Te aterra la idea de observar el paisaje que se dibuja en la impresión de una tomografía nueva. Una imagen a contraluz que anuncie que no son siete los accidentes cerebrovasculares y que cuenta diez, quizá once estrellas que alumbran su universo. Hay un pavor latente que respira sobre la nuca. Susurra: muerte; susurra: desprendimiento. Ser cuerpo también es desprenderse de otro cuerpo.

Podrías no darte cuenta de que enciendes un tercer cigarro mientras escribes. Encontrar la forma de no escribir desde un cuerpo que añora y teme. Escribir para tu madre en el 2050, veintiséis años antes. Pedirle luchar contra la debilidad de su cuerpo. Describir sus ojos cerrados detrás de una ambulancia. Buscar la moraleja al cuento. La posibilidad como un límite en expansión constante. Encontrar la alternativa para decir: cielo estrellado; para decir: sol naciente.

Pero te das cuenta: escribes para el cuerpo que adolece, que extraña. Lo haces desde la realización de saber que el precio del cariño también es la muerte. Es la pérdida la que aviva la flama. Una certeza diminuta: la chispa entres dos pares de pulmones que inhalan y liberan al aire a la distancia. Podrías intentar dominar inútilmente cualquier cuerpo hasta aceptar que lo único que podemos hacer por ellos, desde ellos, es habitarles, darles compañía, dejarlos encarnarse.

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