La luz del mediodía iluminaba todo, incluso las pocas motas de polvo que había en la habitación. Esa luz destacaba la figura que paseaba por la habitación. Las sombras le seguían a donde quiera que iba.
―Podría haber tratado contigo de otra forma, pero creo en las segundas oportunidades y estoy dispuesto a ofrecerte una. Mi problema no eres tú, sino lo que crees recordar y la certeza con la que dices que el Orden Fallido era lo correcto… Eso desatará la curiosidad, el verdadero peligro.
Entró a la oficina con la certeza de que no saldría de ella, sin embargo, no era así. Había una posibilidad de que volviera a casa con su familia. ¿Eso era lo que quería? ¿Volver a casa a ver la miseria contra la que protestaba la voz en su cabeza? Antes de siquiera considerar la posibilidad, necesitaba saber algo.
―¿Qué me costará?
―Sólo tú puedes decir algo sobre ese pasado ingrato. Tendrás que callar esa idea. No sé por qué aún lo recuerdas de esa manera, pero no te preocupes. Podemos arreglar nuestro error y ayudarte con ese problema.
¿Su error? ¿De verdad consideraban que sus recuerdos son su responsabilidad? ¿Es posible que esa voz en su cabeza sea una anomalía? Quizá lo sea, después de todo La Catarsis no funcionó con ella. ¿Habrá otros? ¿Tuvieron esta elección? ¿También se sentían solos al no poder ver los beneficios de la Reforma?
―¿Será lo correcto?
―Es lo correcto para el Estado, pero ¿lo es para ti? Sólo tú puedes responderlo… Tú, no esa voz en tu cabeza. Entonces, ¿qué dices?
Colocó una hoja de papel sobre el escritorio y una elegante pluma. Sin duda era una autorización para hacer lo que tuvieran que hacer para callar esa voz que le gritaba que antes las personas podían decidir qué comer, qué estudiar y a quién amar, y eso era lo correcto. Nada de decisiones. ¿Las personas solían estar en esta situación diario? ¿Cómo sabían que eligieron bien? ¿De verdad sería tan malo no tener que decidir jamás? ¿Sería malo dejar ir los ecos del Orden Fallido?
