
Dicen que el amor es complicado. Para que subsista se requiere comprensión, conciliación y resolución constante. Pero lo nuestro es algo más enrevesado que eso. Mi mala suerte fue conocerte de noche, y la tuya fue lidiar con las consecuencias de “las que ya no existen”.
Te conocí nocturna marchitándote sin el sol, y no diurna; estado en el que perduras. La luna te transforma, te vuelve voladora. Tu cuerpo no va a ningún lugar, pero esas vidas efímeras que salen de ti como cohetes de feria, se desplazan sobre de la ciudad y arden en las alturas haciendo llorar al viento con su replicar alado.
Encontré a la primera de tus voladoras en Los Viveros. Yo me había ocultado de los guardias para pasar la noche dentro y comprobar la leyenda urbana de las ardillas fotoluminiscentes, y ella descendió para posar el cuello sobre el rocío.
—Me cansé de arder. Lo verde es fresco y sirve para descansar las alas —me dijo.
Al principio me dio miedo ver una cabeza con orejas aladas. Pero me dije: «¡Alto, no huyas!». Tantas noches en vela leyendo a Poe, Lovecraft y a Mariana Enríquez me prepararon para que, en situaciones como aquella, se sobrepusiera la curiosidad sobre el escalofrío.
Le respondí y la conversación fluyó. Me habló de ti, de ustedes; de las infinitas vidas que, así como perecen, se restauran desde cero como un ciclo de vida en infinito. Como la vida de los efemerópteros. También me advirtió que la voladora de ayer no será la misma de mañana.
Platicamos hasta el alba. La voladora murió y yo me pregunté si mi ritmo cardiaco acelerado, o mis orejas hirviendo, tenían una explicación mística de hipnosis; o si era mi personalidad intensa que, por solitaria, se enamora con cualquier signo de atención. La explicación poco importa. La consecuencia es lo relevante porque, desde esa noche, me paro en las azoteas a proferir cánticos de unción para atraer a las voladoras y renovar un amor que, como ellas mismas, es diferente al anterior y dura lo mismo que la noche. Pero ahora creo que me haría mejor algo estable, una reafirmación en lugar de una búsqueda. Confío en que, así como llegan a amarme las cabezas, también puedes hacerlo tú. No pienses que únicamente deseo una fisonomía completa, pues no necesito más que abrazos o alas.
Me atreví a escribir cuando vi la cara de las voladoras en los pasillos. ¡Vamos en la misma facultad! Si quieres conocer al amor de tus voladoras, sólo sigue los cánticos del medio día.