En una noche lluviosa, un hombre oficinista en el segundo tercio de su vida, regresaba a casa. Lo que no sabía es que sería víctima de un evento que no tiene explicación.
Mientras andaba bajo la lluvia un rayo cayó sobre él. Al despertar se encontraba en otro mundo donde todo duraba lo que tenía que durar. Todo era uniforme. Las olas de mar tenían un ritmo perfecto, todos comían a la misma hora, caminaban siempre las personas a la par, las parejas duraban para toda la vida, los contratos no rescindían, ni los pagos se atrasaban, los bebés lloran a la misma hora y las bebidas se acaban al mismo tiempo. El desdichado oficinista sintió que su cuerpo comenzaba a envejecer; a morir más rápido de lo debido. Su vida antes del accidente no era distinta a la monotonía de ahora, pero al mirar al cielo, veía que todas las nubes tenían la misma forma y avanzaban igual.
Finalmente, el mismo rayo monótono cayó sobre él, llevándolo a su mundo. Desde ese día decidió cambiar su vida por completo, disfrutando más cada pequeña cosa y probando todo lo que podía probar.
Pasaron unas semanas para que el hombre se armara de valor, y le escribiera a una linda compañera del trabajo una carta con todos sus pensamientos:
No recuerdo qué día era cuando nos conocimos, pero mi mente guarda esos hermosos ojos color miel y ese sutil delineado detrás de tus lentes. Me pareciste extraordinariamente simpática, agradable y atrayente. No soy muy bueno con la lírica, pero me pareces una comedia y una tragedia griega; una sinfonía de Mozart, un movimiento de Beethoven. Tu voz es el dulce sonido de un violín tocado por Vivaldi, acompañado por el piano de Chopin. Te admiro como si fueras un mural de Miguel Ángel, una escultura de Miró o una obra de Da Vinci. Eres The Beatles y El Padrino, la mejor película que he visto. Eres sabiduría, elegancia, belleza y melodía. Yo solo soy alguien aburrido. El más afortunado cuando tus labios pronuncian mi nombre.
E.C.H.
