De miedos e inseguridades

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La primera vez que recuerdo haber sentido miedo (a lo nuevo, específicamente) fue por 1997 o 1998, cuando mi madre decidió llevarme al maternal con miras a que comenzara a adaptarme a la vida escolar. Me acuerdo muy bien que me sentí extraño, como si me quitaran mi refugio. Pocas semanas después dejé de ir.

Un día, en la mañana, mi madre me preguntó si quería seguir asistiendo. Supongo que había visto algo fuera de lugar en mí. Me quedé callado con miedo a hablar. En realidad, no tengo idea de por qué sentí eso. Después, ella me dijo sin una sola pizca de enojo: «No pasa nada». Con la confianza que me dio, pude responder y le confirmé que mejor no. Pero en el fondo yo tenía incomodidad; como si la estuviera decepcionando. Si la memoria no me falla, me abrazó y me repitió que no ocurría nada.

Con el tiempo he comprendido que esa acción es una constante en mi madre: desde que nací el propósito de toda su vida ha sido mi felicidad. Reflexionando, no alcanzo a entender de dónde aprendí ese miedo a renunciar. Es como si ya estuviera en mi naturaleza; nací con él. Quizá algún antepasado me lo heredó. Toda mi vida se puede explicar a través de ese hilo conductor. Lo que me lleva al momento en que elegí carrera.

Me daba pena comunicarles a mis padres mi decisión de estudiar historia, pues, cómo no iba a ser preocupante si el mundo nos dice no estudies esas cosas. Y es que buscamos ser complacientes con los demás. El miedo es normal. Si nos detenemos a pensarlo un instante es de allí de donde sacamos fuerza para conseguir nuestras metas. Bien dice el cliché: «Soy la persona que soy por esos momentos».

Hablando de los ancestros, estos últimos años profundicé en mi árbol genealógico. Si hay una cosa que me enseñaron mis investigaciones, es la fe que te infunde  revisar sus pasos por esta tierra. Al observar sus fotos de jóvenes, no se necesitan dos dedos de frente para imaginar que ellos también sintieron miedo en sus vidas. Esto es la prueba de que, sin importar sus dudas, siguieron adelante; las cosas les resultaron. Llegaron con tropiezos y estirones hasta donde alcanzaron. Al final, gracias a ellos y a su valentía estamos hoy aquí.

Desde ahora cada que pienso que no puedo con algo, imagino a mis ancestros en situaciones en las que se repusieron, y me tranquiliza saber que yo también lograré vivir con todo y miedo.

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