El día que te perdiste

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03:07 de la madrugada. Hace quince días que me despierto a altas horas de la noche sin razón aparente. Mientras abro lentamente los ojos en mi súbito despertar, escucho el tenue sonido de la madrugada, algunos carros pasar y el silencio que usualmente trae paz en una noche de invierno; sin embargo, ese silencio me inquieta. Me hace sentir solo, como si el universo entero sostuviera la respiración.

Mientras Renzo se levantaba lentamente de la cama confundido y un poco aturdido, se detuvo a mirar la pared de su cuarto cubierta por la oscuridad de la madrugada. Pensaba en aquel día; el día que Amara desapareció.

La imagen de aquel fatídico día en el centro comercial LuMéVo resurgió en su mente como un eco persistente que le recordaba a su amada. Le gustaba mucho que esa palabra fuese una combinación con el nombre de ella. Como una breve poesía.

Todo ocurrió hace más de un mes, cuando visitaron el centro comercial de la ciudad y Amara entró a la tienda de ropa. Él solía esperarla afuera una vez que terminaba de hacer las compras en el supermercado y, antes de despedirse en la primera estación del tren subterráneo, se presumían lo que había comprado cada uno. El problema fue que ella nunca salió.

Renzo esperó varios minutos. Intentó marcar a su teléfono pero había desaparecido. Pensó que era un error debido a los años que tenía con ese teléfono.  Entró a la tienda preguntando por una mujer de cabello castaño, ojos color miel, camisa de cuadros roja y pantalón de mezclilla con botas cafés. Nadie la había visto.

Después de volver a recordar ese momento, se levantó para abrir la ventana y respirar para despejar su mente: el aire frío del invierno lo devolvería al presente. Al abrirla, un viento tenue acarició su rostro mientras contemplaba la vista nocturna. Las luces de las casas se alineaban en la lejanía. Algunas permanecían apagadas como testigos de la tranquilidad nocturna; otras permanecían encendidas. Quizá se trataba de los refugios de parejas abrazadas que buscaban el calor mutuo en medio del frío. Las ventanas iluminadas creaban pequeños cuadros de vida cotidiana: ¿Una familia en una cena? ¿Amigos riendo? ¿Un solitario lector? Todo era un mar de posibilidades. Mientras tanto la luz de su cuarto permanecía apagada. La oscuridad lo hacía sentir tranquilo, pues le permitía no ver el solitario cuarto.

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