Siempre he sido amante de las cartas sin destinatarios. Cartas llenas de nostalgia que nunca llegan pero que, al salir en tinta del corazón, se sienten como un torbellino que arrasa tu alma. Vienen acompañadas de una serie de recuerdos, sonrisas entre chistes, despedidas y anhelos que nunca fueron y nunca serán. Escritos que se funden entre llamas o que, de vez en cuando, se los lleva el viento en pedacitos con afán de libertad.
Crecí escuchando palabras acerca de la felicidad como búsqueda de plenitud. Crecí entre murmullos de personas que reprimían sus emociones, que formaban un caparazón hueco de valentía. Me parecía absurdo el hecho de que existiera el arte desde el dolor; canciones, libros, poesía y pinturas, contenidas en la tristeza, la desolación y la soledad de sus autores.
¿Por qué hacer popular su dolor? ¿Por qué visibilizar las despedidas de vínculos que en algún momento de nuestra vida se sienten como acompañantes eternos? Pensaba que buscaban ganar dinero, utilizar sus recuerdos y sus emociones, pero la realidad es distinta.
A veces, no caes en cuenta del valor que tiene aquel que decide mostrar esa parte tan valiosa y vulnerante, hasta que te encuentras frente a un libro, poema o canción, que hace que por un momento emane de tu memoria un recuerdo, se dibuje una sonrisa en tu rostro, o tal vez, un par de lágrimas rueden por tus mejillas. Llega el momento en el que te identificas demasiado con la herida que un desconocido, alguien que alguna vez existió y quizá ya no lo hace más, logró plasmar en arte. El arte nos permite expresarnos, externar lo que no podemos gritar al viento, lo que callamos y hace que nuestro corazón sufra en silencio. Hace que una parte de nosotros perdure.
Eventualmente las cosas pasan. «No hay tormentas que duren cien años», como he escuchado de personas mayores. Siempre aprendemos, nos volvemos a enamorar, a coincidir con personas que marcan nuestra vida. No creo que todo sea dolor, ni que el verdadero arte solo nazca de sentimientos poco agradables; que solo sean las cartas, las despedidas y los amores ausentes los que lleguen al alma de una persona. Pienso firmemente que una vez que hallemos la manera de conectar con nuestras emociones, jamás deberíamos desprendernos de ellas. Por más absurdo que te parezca o por más críticas que recibas, no te cierres a la posibilidad de plasmar tus vivencias. Si cuentas con la suficiente valentía, comprométete con aquellos pensamientos, pues quizás algún extraño se sienta identificado y acompañando contigo.