Para alguien que no existe

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Me la paso diciendo que te adoro, pero sé que tú no eres realmente esa imagen que hice objeto de mi amor.

Nunca te vi, no te hablé; ni siquiera te conocí. No sé ni cómo suena tu voz y nunca tendré la oportunidad de escucharte reír. 

Coloqué un dibujo de ti en uno de mis relicarios, el que tiene forma de corazón. Es de aquella foto que te tomaste posando mientras leías. De eso ya pasaron décadas. En mi mesa de noche dejé una libreta que también tiene un dibujo de ti en aquel verano de 1946 en Kanagi, dos años antes de tu muerte.

La imagen que tengo de ti no existe, es un holograma que yo misma creé. No importa lo que diga que sé sobre ti, porque al final solo hablo de la versión que más me gusta y no de tu verdadero ser. 

Sueño con algún día visitar el bar Lupin en Ginza. Al que ibas con tus amigos que, al igual que tú, eran escritores. En ese lugar había un cartel con la imagen de un hombre con sombrero de copa y una lupa que miraba al espectador de forma pícara, como si hubiera descubierto algo. Llevo un dibujo de ese cartel en la funda del teléfono.

Hoy me entregaron un nuevo dibujo de ti que mandé a hacer. Es precioso. Parece calcado, pues el detalle es increíble. Es casi idéntico a la foto de referencia. 

Me gustaría hacer yo misma el siguiente dibujo, pero perdí práctica y mi habilidad para dibujar anatomía no es buena. No quiero pintarte de forma fea, aunque seguramente tú te sentías mil veces más horrible que mis bocetos más feos. Te sentías a ti mismo como una persona horrible y, a tu manera, lo eras. Te dividías en varias partes: como tú te sentías, como te percibían tus amigos y como te veían tus lectores. Sin embargo, no me importa si eras una persona horrible, pues nunca logré verte como realmente eras. Siempre te puse una máscara, una de demonio.

Nos imagino en un cuarto, los dos juntos: mientras te pongo la máscara, las manos me tiemblan de adoración por verte tan cerca. Parezco colegiala enamorada. Esta máscara que te coloco no es porque no hallas sido suficientemente maravilloso. Lo fuiste. Incluso décadas después de tu muerte, tu nombre aún resuena con fama en tu natal Japón, y tu aura se extiende hasta occidente. 

En octubre traté de cortarme el pelo como tú, pero no me quedó igual porque la forma de mi cara es distinta. Ahora mi cabello creció y el corte ya no es el mismo. Tal vez lo vuelva a intentar en tu próximo aniversario de muerte, o puede que lo deje crecer.

Quiero adorarte siempre.

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