Entre aquella oscuridad tan profunda y penetrante, te te vi llegar con tu mirada altanera, tu porte orgulloso y tu caminar elegante. No sabía quién eras. No te podía reconocer, pero algo en ti me decía que ya habíamos compartido una historia. Tu aura tan fuerte ocultaba casi a la perfección tu semblante demacrado, tu presencia acabada, tu existencia cansada. Sentía que podías desvanecerte en cualquier momento.
Te acercaste tambaleante hasta estar frente a frente y, antes de poder admirarte, me hiciste arrodillarme sin la posibilidad de levantar la mirada de aquella oscuridad.
—No me recuerdas —tu voz autoritaria ahogo mis palabras en el eco de tu presencia.
—No…
—Patético —resonó en aquel lugar sin paredes ni límites, rebotando en mí—. No eres más que un ser sin valor.
—¡Cállate! ¡No sabes nada! —me atreví a encararte, pero no a levantarme. No había rostro, sólo una silueta obscura mezclada con el entorno.
—¡Claro que lo sé! Yo sé todo de ti: tu vida, tu pasado, todo lo que fuiste, todo lo que pudiste ser y lo poco que eres ahora.
—¿Quién eres? —dije con determinación.
—¡Fui yo quien siempre estuvo para ti mientras crecías y descubrías cosas nuevas; en todos tus logros y en todas tus metas! ¡Nunca te abandoné!
—¿Quién eres? —pregunté con confusión.
—¡Cuando pasabas las materias y cuando reprobabas! ¡Cuando tu mascota murió y cuando tu padre te abandonó! ¡Te cuidé, te protegí lo mejor que pude!
—Basta… —murmuré con terror.
—¡Cuando tu pareja te dejó, cuando aquella amistad te traicionó! ¡Me arrastrabas a cada mala decisión que sólo te hacía caer más bajo, y aun así no pude recriminarte nada!
—Cállate.
—¡Pero tú solo me descuidaste, dejaste que me apagara y muriera lentamente!
—¡Detente!
—¡Yo también necesitaba que me cuidaras! ¡Éramos un equipo! Se suponía que te ayudaría a llegar lejos, pero me dejaste de lado. Quise levantarte cada vez que te derribaban, pero te negaste a tomar mi mano.
—¡Cállate de una maldita vez! ¿Quién demonios te crees para juzgarme? Dices que me conoces, pero nunca te he visto en mi vida. Deja de jugar conmigo y dime de una vez quién carajos eres!
—Soy tu salud mental.
—¿Qué? Tú me abandonaste —repliqué con decepción.
—Yo nunca te abandoné. Tú fuiste quien me alejó hasta que acabaste contigo mismo.
—Pero volviste, regresaste conmigo. Por eso estás aquí, ¿verdad? ¡¿Verdad?!
—No. Sólo vine a despedirme, yo ya no puedo estar contigo… Adiós.
—¡No! Por favor vuelve. No me abandones…Regresa —supliqué llena de arrepentimiento. Pero todo fue en vano.