El muchacho que no sabía si era un cadete

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Hace una semana me mudé con mi madre. Aunque me gustaba la independencia de vivir en soledad, causas de fuerza mayor me obligaron a tomar esta decisión. Desconozco si le revelaré a mamá mis inquietudes, cuyo origen se remonta unos meses atrás, después del fallecimiento de mi padre.

Él no me entregó mucho de herencia. Para recordarlo solo dejó su pequeño departamento, unas maletas llenas de ropa que no me queda, unas botas tácticas negras y unas fotografías enmarcadas de mis tres años.

Según mi mamá, ese día discutieron como muchas otras veces, pues él quería que en mi fiesta yo me presentará ante la familia con un trajecito de cadete militar; mientras ella se decantaba por una vestimenta sencilla: un smoking, con una camisita y mi moñito. Al final tuve dos sesiones de fotos, una con cada indumentaria. Mi papá conservó aquellas fotos en las que porto un quepí negro y un sable de plástico, y mi mamá conservó las otras. Inclusive yo me sentía más identificado con las fotografías que tomaba mamá, en las que a veces salía con la cara pintada de El Hombre Araña.

Sin embargo, después del divorcio de ambos me acostumbré a vivir con él; no me reprendía si la escuela le llamaba para informarle que había golpeado a otro niño. Al contrario, me lo celebraba. Tampoco lo hacía cuando le reportaban que les levantaba las faldas a las niñas.

No obstante, nunca recibí el mismo apoyo hace cuatro años, cuando mis tíos me quisieron denunciar por dejar inconsciente a mi primo en una cena de Navidad. Ese día mi padre me decepcionó; pensé que me apoyaría.

Hace unas semanas mi psicóloga me dijo que le escribiera una carta de despedida a ese niño cadete del que mi padre se enorgullecía para desprenderme de él. Yo lo hice, e incluso tiré las fotos que él tenía de mí.

A pesar de ello, ahora que vivo con mi madre y veo las fotografías que ella guarda, no me siento reconocido. Siento que soy el otro niño, el niño soldado, el niño de guerra. Me pregunto si, como dice mi psicóloga, ese niño nunca existió, o si, como temo yo, el que nunca ha existido soy yo, y en el fondo sigo siendo y siempre seré ese niño vestido para matar.

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