Aquí, bocarriba, en la cama y sin palabras,
los ojos clavados en las paredes,
lanzando pensamientos como aviones de
papel hacia el cielo raso.
Aviones de papel entre muros, pájaros trazando
presagios entre manchas y grietas.
Afuera, la tarde como un caballo de fuego,
en un país donde silban más balas que niños,
y desempleados escuchando canciones de
en las tiendas de discos.
Aquí, bocarriba, en la cama y sin palabras,
tu recuerdo regresa y se sienta en la orilla,
mis manos tantean el aire, preguntan
aquella forma tuya de llenar la nada.
Resulta inevitable sentirse triste,
como alguien saliendo de una fiesta en la que nadie
ha querido bailar con uno.
En peores lugares nos ha cogido la noche –te dices–
recordando todos tus naufragios, y hasta las hormigas
gritan cuando les cortan la cabeza,
aunque no podamos escucharlas.
Entonces te sientas en el gastado borde de la cama,
como uno de esos soldados que arman y desarman
su pistola con los ojos cerrados,
como un pianista de películas mudas,
mientras cae el último avión desde el cielo raso.