Te recuerdo
tocando los timbres del barrio,
echarte a correr, y devolverte emputada porque
te mentaban la madre.
Una noche, jugando a las escondidas,
escogimos la misma casa abandonada,
la misma habitación, el mismo rincón de
ruinosas paredes.
Mi corazón era un sapo de patios de invierno
que amenazaba con romperme las costillas.
Nadie vino a decirnos que el juego se había acabado,
entonces en lo oscuro fuimos un par de animalitos
sacándose las plumas con sangre.
Hace tres mundos de aquello.
Ayer en la calle nos vimos de reojo,
apresuramos el paso y pronto nos dimos la espalda,
como dos invitados a una fiesta de disfraces
que se rehuyen.
Se conocen demasiado para jugar a las máscaras
entre ellos.
4