Oigo un ladrido
cuánto tiempo había deseado
vivir de nuevo
en un barrio
en donde se oyera
en medio de la noche
un ladrido
Oigo un ladrido
cuánto tiempo había deseado
vivir de nuevo
en un barrio
en donde se oyera
en medio de la noche
un ladrido
Les ofrezco una nueva definición del hombre
el hombre es un animal que hace jardines
tan específicamente humano es el jardín como la pirámide
el acueducto
el palacio
o el edificio de departamentos
Camino por estas calles:
alguien atropelló el semáforo nuevo;
hay negocios de Internet donde antes fondas;
mataron a Roberto por andar de narco;
mandan saludar a mi padre.
Regreso a casa con noticias, un seis de cerveza
el cambio en monedas sueltas y las manos húmedas
como la colonia en febrero, cuando la lluvia no se lleva todo
y los damnificados nos quedamos
a cuidar las pertenencias
Soñé con ocho personas conocidas y una desconocida,
entre las conocidas estaban amigos, amigas y mi asesora
de tesis; los nueve en algún momento me preguntaban:
«¿Imaginas un país con inviernos de seis meses?»
Cada vez que lo decían yo me sentía un poco mejor.
a las madres no les gusta el ritmo
del Impala rojo
ni las fotos en el periódico que hablan español en vísceras
y dicen hijos de unos padres de otros
proveedores de telas y retazos
para unos más
porque los cadáveres
siempre son los hijos de otros
el marasmo de sesos en la carretera
y los miembros del cuerpo angelado pero que vuelan
aparte
se rebanan al aire las piernas de los hijos de otros
los hermanos practican la alta velocidad
como si el aire
tuviera otras opciones de manejo
si vamos a la retacería a buscar el brocado
hecho del mismo cuero textil
en que fueron concebidos los asientos del Impala
podremos estar seguros
de que serán otros
los que rotulen los pliegos de la nota roja
los hijos no deseados de otros
Sucede si miro una película de terror:
no sé si asegurar la puerta de la calle con cerrojo
para que no entre a husmear ningún monstruo,
o para no dejarme salir.
De mi madre recuerdo su sonrisa de dientes cariados. Recuerdo que se sentaba lejos de la cocina a comer discretamente un taco. Que servía y se retiraba, y el único trozo de carne era para los hombres. De mi madre recuerdo que se lamía los dedos después de tender la carne en la sartén, que hacía el amor a pesar de todo, y en su rostro nunca era difícil distinguir la risa del llanto. Recuerdo que mi padre era una sombra que la atravesaba y desaparecía. Recuerdo que me contuve decenas de veces de bajar de la litera y abrazarla como quería que me abrazara, pero me daba miedo su furia, sus celos, me daba miedo mi padre desnudo.
Mi madre me encerraba porque me había descubierto llorando. Mi madre era hermosa. Se trenzaba el cabello frente a nadie. Olía siempre a leña, a lama de arroyo y a cenizas. Mi madre nunca se elevó por un amor ligero, a mi madre le pesaba el amor, la apuntalaba a la tierra. Ya ni siquiera soñaba. No podía soñar mi madre. Su cuerpo estaba orientado al suelo, miraba por la ventana con la cabellera cruzada en su pecho, en una isla, y se dormía. Tal vez amé a mi madre sólo porque me parecía bella, quizá amé a mi madre tan sólo porque yo latía dentro de su herida, donde me acunó después de ponerme dentro.
Hay casas que te hacen esto. Te agobian, te embrutecen. Hay casas así. Nadie sabe lo que ha sucedido antes en ellas. Casas como ésta, en la que deambulan voces de viejos que siempre han estado en cama, que siempre han sido viejos; casas con crujidos del mar abriendo las montañas, de viento mostrando su ruido de alma indefinida. Casas donde el cuerpo del cautivo estará solo, absorto en el ritual del corazón y en la memoria. Pero en la rutina de cuidar que el estómago no se digiera a sí mismo, que una idea no se confunda con una evocación, que soñar no sea confuso, siempre se puede estar a solas, porque todos tienen miedo de entrar en casas como ésta: habitadas, por ejemplo, por una niña triste y por una muerta en llamas.
En la cocina los muros se levantan. Mi madre muerde un pedazo de papa mientras llora. No me atrevo a mirarla. Si aquí no se llora por qué ella hunde su rostro en las lágrimas como en un sepulcro. Cállate madre, o vendrá él a callarte. No se lo digo.
¿En qué calendario está la fecha de mi muerte,
qué carta de amigo la detalló, imprevista
bajo el impacto del miedo o consciente del fin?
Inventamos palabras para justificar emociones
suscitadas y las sentimos y vivimos a través
de las que incorporamos a nuestro vocabulario.
El sol no nace ni se pone.
¿Qué recuerdo dejaré al país que me dio
todo lo que recuerdo y soy, todo cuanto sentí?
En la noche infinita, el tiempo breve olvidó
mi incierta medalla, y mi nombre se ridiculiza.
¿Merezco esperar más que los otros?
Tú no me engañas mundo, y yo no te engaño a ti.
Esos monstruos actuales, no los cautiva Orfeo,
vagan taciturnos, en lo incierto.
No dejaré ningún canto radiante,
una voz matinal palpitando en la bruma
que arranque a cualquiera su más secreta espina.
De todo cuanto fue mi paso caprichoso
en esta vida, quedará,
una piedra en medio del camino:
el resto se esfuma.
¡La poesía!
Está toda ella en las manos de Einstein.
Pero aún puedo rezar el Ave María
reclinado en el pecho de mi madre.
Aún puedo divertirme con el gato y la música.
Se puede pasar la tarde.
Yo sé que te amo
porque nunca las ausencias fugaces
me dejaron el viento tan vacío,
tan ciego y silencioso.
Yo te veo los lunes y los miércoles.
(Los martes son perfectos,
porque te vi la víspera y al día
siguiente voy a verte). Pero en los
días adelante
el color de tus ojos, tus cabellos
a fuego lento –miel en sombra–
tu figura
que a cada instante se escultura y tiene
la belleza infalible de las manos
puestas a hacer el mundo, mejor siempre…
En esos días siguientes,
en que todo es domingo por la tarde,
hipótesis y espacio,
tiendo la cuerda floja de esos días
y echo a bailar el adjetivo heroico
que sirva a tu persona, sin mirarte,
obediente, adivino, enamorado,
virrey de tu esperanza y tu deseo,
velocidad, nivelación constante,
de tus pies y tus manos,
espejo poseído, y en mis manos,
orilla de tu sombra, rebosante.
Tú nada sabes.
¡Si alguna vez me vieses con mis ojos!
¡Si a ti perfecto fuera el martes
por lo mismo que a mí…! ¡Si fueras tú
quien pusiera palabras al silencio
que yo vierto ante ti, porque hoy no puedo
sino callar, y apenas en la rueda
colegial encender una mirada
para apagarla pronto y estrechar
tu mano y despedirte con las mismas
palabras que les digo a los demás!
En este jueves décimo y tranquilo
del clarísimo mes, descubres
nuevas señales y prodigios nuevos
de la humedad en la pared.
Que ya no son fiestas ni son misterios
sino materia de estupor:
el joven ama el ruido de la muerte
pero el viejo teme su olor.