Secreto compartido
deja de ser secreto.
Guardado, puede ser temible.
Pero es mejor que temas
—continuamente— tu secreto,
no tu secreto y, además, a aquel
con quien lo compartiste.
Secreto compartido
deja de ser secreto.
Guardado, puede ser temible.
Pero es mejor que temas
—continuamente— tu secreto,
no tu secreto y, además, a aquel
con quien lo compartiste.
Afuera ladra un perro
a una sombra, a su eco
o a la luna
para hacer menos cruel la distancia.
Siempre es para huir que cerramos
una puerta,
es desierto la desnudez que no es promesa
la lejanía
de estar cerca sin tocarse
como bordes de la misma herida.
Adentro no cabe adentro,
no son mis ojos
los que pueden mirarme a los ojos,
son siempre los labios de otro
los que me anuncian mi nombre.
Canto para llenar la espera.
No tengo más que hacer
que atarme mi sombrero,
cerrar la puerta de mi casa.
Hasta que oiga sus pasos que se acercan
y viajemos al día y nos contemos
cómo cantábamos
para alejar la oscuridad.
Te pienso en la cama,
tu lengua mitad chocolate, mitad océano,
en las casas adonde llegas,
en tu cabeza con pelo de alambre,
en tus manos persistentes y también
en las barreras que carcomíamos, pues somos dos.
Cómo entras y tomas mi copa de sangre
y me unes y te llevas mi salmuera.
Estamos desvestidos. Desnudos hasta los huesos
y nadamos uno tras otro y remontamos y remontamos
el río, el río idéntico llamado Mío
y entramos juntos. Nadie está solo.
Donde una vez
los ríos de los días fluyeron
arrastrando luciérnagas,
ahora los resecos lechos acunan duendes burlones
que en la noche descuelgan las estrellas
dejadas por los amigos aldeanos.
Donde una vez
las tijeras de las mareas
rompían las rocas,
ahora las cadenas de las lluvias
amarran a todos los viajeros.
Donde una vez
los niños jubilosos gritaron
su descubrimiento del mar de los delfines,
ahora desiertos sin arcas
no atesoran ni la plata de un pez.
Donde una vez
las trompetas de los bosques amarillos
derribaron los muros de las nieblas,
ahora ni una mano podría hallar
el trébol de la buena suerte.
Ahora solos,
solitarios en el centro del espacio
los proscritos que aún no se conocen
velan al borde de las hogueras
esperando el estallido de las nuevas navidades.
Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
0 quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras los entierros.
0 la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba nada sino andar y andar.
0 el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: “álamos”, “tejados”.
La distancia entre el tintineo de la campanilla
en el cuello de la oveja al amanecer,
y el ruido de una puerta cerrándose tras la fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida sobre el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa en calma
sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.
Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha de los vidrios figuras sin sentido
sabiendo que nada durarían,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener un momento la huida de toda una estación.
Así era la felicidad;
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.
Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo.
Pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros con los cuales forma brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia,
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.
En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
Nuestras ancestras tenían la tarea de acompañar a los muertos al Mictlán. Por eso rondamos los panteones, somos guías espirituales, lazarillas para los ciegos. Sin embargo, los amos no han sabido apreciar la trascendencia de nuestra labor. Sin nosotras, las almas vagarán sin rumbo y sin descanso en sus elegantes centros comerciales. Sin nosotras la tierra se llenará de fantasmas.
Tengo un perro
que corre como coche,
arranca en segunda
y le falla la reversa.
Es un perro
al que le falta un faro
y mira a través de un espejo.
Su voz
es un grito de sirena.
Tengo un perro
que anda sin freno
por todo el barrio
pero cuando silbo
vuelve a mí
en automático.
El sol nace y la casa ya huele a cempasúchitl
y ocote.
Las piedras respiran despacio,
la casa despierta
y la leña habla en el fuego.
En esta casa no hay nubes,
hay flores azules, rojas y amarillas.
Hay mujeres que tejen palma,
hacen tortillas y rezan por sus tierras,
por sus hijos.
En esta casa hay grillos que lloran,
corazones que no duermen y esperan
un hijo, un amor, una palabra…
un nombre junto al fuego.
En esta casa hay flores,
flores de espera.
Que no muera
un día nublado y frío
de invierno
y me vaya tiritando
de frío y de miedo
ante lo desconocido,
ese mundo de sombra
sin rostro
que camina siempre
a mi lado,
o me aguarda
al doblar la esquina,
ese misterio insondable
que no logramos develar
y que angustia
y perturba la existencia.
Quiero irme
un día soleado
de una primavera reverdecida
llena de brotes y retoños
de pájaros y de flores,
a buscar
mi Jardín del Edén,
mi Paraíso Perdido
y gozar de los frutos
de la vid y de la higuera,
el perfume de los cerezos
y los naranjos en flor
y el calor del sol
que no se oculta nunca.
Vine y me iré solo
Eso no tiene remedio
La queja es siempre la misma
Sé cuál es el camino
que me lleva
Sé a dónde voy
Sólo espero
después de lo que venga
Ser un árbol frondoso
y que una pareja
haga el amor
bajo mi sombra.
La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.
Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano!
Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún!
¿Aún…?
—Es preciso matar a Juan Darién. Es una fiera del bosque, posiblemente un tigre. Debemos matarlo, porque si no, él, tarde o temprano, nos matará a todos. Hasta ahora su maldad de fiera no ha despertado; pero explotará un día u otro, y entonces nos devorará a todos, puesto que le permitimos vivir con nosotros. Debemos, pues, matarlo. La dificultad está en que no podemos hacerlo mientras tenga forma humana, porque no podremos probar ante todos que es un tigre. Parece un hombre, y con los hombres hay que proceder con cuidado…
Existe una agencia turística que ofrece tours hacia la muerte, al inframundo, ida y vuelta, a bordo de autobuses especiales de color negro y características submarinas porque el inframundo está bajo el mar. Compro un boleto en la zona de andenes donde se indica el número del próximo autobús. Después de tomar la carretera, llegamos a la costa para internarnos entre las olas. Abajo está ese otro mundo, el de los muertos, casi una réplica del mundo de arriba: un espejo sumergido…